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dorian_gDorian, extensa gira y gran disco

Por Sandro Maciá.

Hace tiempo oí que las resacas que se alargan varios días son el síntoma inequívoco de que uno se está haciendo mayor y de que, por más que queramos negarlo, la edad no es sólo un número (o deja de serlo a partir de ciertas cifras). Eso, unido a mi firme creencia en que las grandes revelaciones surgen de lo inesperado y de la improvisación, me ha hecho recapacitar estos días hasta tomar como punto de partida esta afirmación para unir mis psicóticos pensamientos con otra verdad, de tamaño templario, que me comentó un compañero de la emisora: “si una ardilla fuese saltando de festival en festival, sólo pasando por aquellos en los que toque Dorian, podría recorrer el mundo entero”.

Y tres, dos, uno… ¡go! Si unimos ambas reflexiones no podemos más que sumirnos en la doble celebración de que no habrá resaca que nos impida disfrutar de tantos conciertos de Dorian como podamos, pues para eso somos jóvenes y tenemos la suerte de ver cómo se avecina un verano lleno de conciertos de este grupazo catalán que, bromas aparte, se merece no uno sino varios años de copar festivales presentando el que a día de hoy es su cuarto trabajo –contando su primer Ep “Solar”-: La velocidad del vacío (Fatman, 2013), producido por Phil Vinall, Luís López en México a finales del 2012.

Precedido por los exitosos 10000 Metrópolis –brillante aquel Te echamos de menos-, El futuro no es de nadie –salto al estrellato con Cualquier otra parte- y La ciudad subterránea –espectacular y emocionante su Tormenta de arena-, la última creación de la banda de Marc Gili vuelve a conseguir lo más complicado en los tiempos que corren, es decir, combinar unas letras profundas con un sonido potente, permitiendo transmitir ideas de peso sin caer en la cursilería del indie ñoño y tremendamente enrevesado.

Tal vez suene exagerado, pero no alabar ese mérito de una de las formaciones nacionales con más directos a sus espaldas en el tiempo que llevan de carrera, sería casi grosero. Sería, más bien, una falta de respeto a estos autores de hits que todos hemos coreado y que no pocas veces hemos convertido en himno propio.

Valga como ejemplo el primer single de La velocidad del vacío, Los amigos que perdí, un track de ambicioso título que sigue la estela de su anterior disco y que va creciendo –en ritmo y letra- a medida que avanza con frases que podrían casi tatuarse como recordatorio de una filosofía de vida digna de ser seguida, como es “abrí una puerta que se cerró tras de mí / y no me duelen los amigos que perdí”.

De estas palabras, así como de las de Ningún mar –“quemando horizontes, quemando horizontes”- por citar algunas y no caer en el destripamiento total del álbum, se desprende una continuidad con las temáticas habituales que, según parece, rondan por las mentes de Marc y los suyos: la exploración de la vida (de dentro a fuera, de lo sensorial a lo místico), la valentía por seguir hacia delante sin importar lo que se deje en el camino, la pureza al llamar a las cosas por su nombre, la melancolía de la soledad como punto de inflexión hacia nuevos amaneceres… y así hasta completar un largo etcétera que podría complicarse tanto como cada oyente quiera.

Y es que ahí está la clave, en lograr que creaciones tan personales lleguen a ser interiorizadas como propias por quien las escucha. Eso sí, no olvidemos que esto es algo que no siempre es bien recibido y que, a veces, el hablar de según qué cosas acaba siendo tomado como un recurso excesivamente manido para no bajarse del escenario en muchos meses y prolongar su inclusión en los carteles de los festivales más punteros.

Aún así, detractores a un lado, no creo que por mucho que les vayamos a ver en directo tengamos que cometer el error de perdernos el buen rato que la banda nos hará pasar, sea en Valencia, Murcia o donde se tercie. ¡A disfrutar de conciertos! Y, cuantos más, mejor.

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