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enlaces_gNunca lloréis en un autobús en marcha

Por Deborah Antón.

Qué no se habrá dicho sobre las ciudades, qué no sobre la lluvia. Y parece que, aun así, su potestad, su capacidad de invocación y de evocación, nos sigue seduciendo. En el libro del que os voy a hablar encontramos que la lluvia es una mentira triste en la ciudad, que la ciudad es mucho más triste si la lluvia cesa.

Enlaces, de Pedro Serrano (Ed. Legados, 2010) tiene los ingredientes para que un libro de poesía me guste. Es circular. Nos muestra la ciudad de fondo como un grito silenciado, y el medio de locomoción que nos transporta: el mundo móvil y cambiante que habitamos, inmersos en nuestras reflexiones. Se intuye el encuentro con algo, con los otros. Se presiente lo que ocurre en el corazón y los pulmones mientras la vida pasa a través de nosotros. Esa sutil contención. El diálogo con uno mismo, con la ciudad rendida al humo, partida en dos.

Una ciudad que, para más señas, solía ser la mía. Así reconozco, por ejemplo, las fotos, la fábrica de harinas y el río, o el viento de Levante, incómodo solo mientras un perro ladra. Reconozco un tiempo que puede ser el segundo invierno al que dedico oraciones, ensayando poemas en la tierra. El sentimiento de autoexclusión: Yo me quedo al otro lado del puente, pues qué poco importa, pasado el puente, donde uno mire; uno ya ha residido en las dos ciudades: la que estuvo enamorada y la que en la noche ha desaparecido combatiendo.

A lo largo de sus breves prosas poéticas, Pedro Serrano nos va introduciendo en este continente ambulante desde el que asomarse al mundo, este refugio o brújula vital. Si prescindiese de mi vida en los autobuses, no podría saber nunca el lugar exacto donde estoy. Esta seña de identidad. Si prescindiese de mi vida en los autobuses, tendría que volver a nacer, sin corazón, como un hombre de hojalata. El autobús, su figura, es la única salida para el hombre de a pie, para los amantes, cuando la comunicación no se produce o pierde su sentido, cuando demasiadas imágenes pueblan nuestras retinas. Toda la vida cabe en él. Quizás por eso tiene tantos matices el hombre que espera un autobús como matices tiene la tristeza. Desde el autobús vemos la vida pasar y lo constatamos, es palpable: algo está pasando que no puede devolvernos la fe. Algo sucede debajo, detrás de las cosas, detrás de su pequeñez, de su insignificancia. Parece que hay espíritus golpeando los cristales, pero yo no los veo.

Es recomendable leer Enlaces en el autobús, pero con precauciones. Recuerda que el corazón sigue bombeando la sangre estés o no sentado frente a la ventanilla; el paisaje puede ser una fábrica de harina, un oasis de incertidumbres, o el río que sugiere agua o ficción. Recuerda que el cielo es de neón, afuera y adentro. Al fin y al cabo, la vida sigue durante el trayecto, y seguirá ahí cuando nos bajemos.

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