Atrevida adaptación de Las amistades peligrosas que no decepciona
Por Vanessa Díez
Jadear por momentos en ropa interior. Una voz femenina nos exalta en su goce. Medias, ligas, corpiño. Cuatro prendas de época nos ponen en situación. Pechos medio al descubierto. Los cabellos revueltos tras el acto. Todo da vueltas y ha cambiado. La cordura desaparece. Gozar la carne puede llevar a la locura, aunque ahora sólo queman las manos si la separan de él.
El público podía dudar si estaba en el teatro o en un concierto de rock, la fuerza de las luces y la intensidad de la música acompañaban algunos momentos clave, a modo de entreactos. 90 minutos. Los actores no estaban quietos en el escenario, todos compartían. Aunque la escena estuviera en el centro los demás nos ofrecían información al seguir en movimiento, como si viéramos al mismo tiempo aquello que sucedía lejos de ellos. Un piano, una calzadora, cuatro sillas y un maniquí. Después las guitarras y los micrófonos. Ni siquiera decorado de fondo, bambalinas desnudas. No se necesita demasiado atrezzo para que la historia llegue a la gente. Saber resolver las escenas depende más del ingenio que de exceso de instrumentos y Darío Facal supo con poco llegar a dónde nos proponía, todos pudimos acompañarle. Además de mantener la esencia del texto original, pues las cartas fueron el salvoconducto para viajar.
Atrevida, sin duda. Divertida. Adaptación del XVIII al XXI. Insinuante. Se veía lo justo sin llegar a lo demasiado explícito. Los amantes del decoro dirían que no llegó al mal gusto. Nunca vimos una cama ni a los amantes que se superponían entre las sábanas. Tan sólo el cuerpo en bragas de una de las actrices, aquella que hacía de puta, Valmont escribía sobre ella una carta. Fue de la que más carne desnuda se pudo ver, las demás nos dejaron admirar sus formas debajo de corpiños, bragas o medias. Las ropas dejan imaginar más que la desnudez. El juego excitante de hacer parecer sin llegar a ser. Ante mí dos señoras de mediana edad, fueron el mejor termómetro, reían ante el orgasmo femenino, aquel provocado debajo de una falda, el pretexto para que los jóvenes amantes se acercaran. Al finalizar la obra una le dijo a la otra “ha sido una buena adaptación pero no hubiera servido de nada si ellos no fueran buenos actores”. Las amistades peligrosas de Darío Facal tuvieron en Alicante el patio de butacas lleno y les aplaudía tras el espectáculo. En la salida de actores esperaban a los protagonistas, Edu Soto y Carme Conesa atendían las peticiones de los desconocidos, móvil en mano, cansados ante una obra con tanto esfuerzo físico iban a cenar cualquier cosa antes de partir hacia el merecido descanso.