Panegírico de la libertad
Por Deborah Antón
La vida entendida como un diálogo con todas las cosas y, así como la vida, la poesía y el amor: todos los grandes temas. La ordenación total del caos, el nombramiento del todo; ese tocar y nombrar, ese señalar y asentir. La libélula es un ejercicio, mórbido y libre, de musicalidad, un texto que arrastra al lector creando un recorrido lleno de ecos, remolinos y estancias.
La libélula (que lleva por subtítulo “Panegírico de la libertad”) nos propone un viaje, un recorrido como el de Alicia en el país de las maravillas, contextualizado en la Italia de posguerra: “La santidad de los santos padres era algo tan mudable que yo decidí apartar cualquier duda de mi cabeza por desgracia demasiado clara y dar el salto hacia un adiós aún más arriesgado”. El poema de Rosselli se abre paso por los grandes pilares de la vida y la imaginación, por un mundo que sin duda ha de ser cuestionado. En este viaje, nosotros creamos la vida y nosotros creamos las palabras, o quizás creamos la vida con las palabras, en esa búsqueda de un camino y de la luz, en esa tensión de la tierra firme.
La edición bilingüe de esta obra nos ofrece la opción de disfrutar de la frescura de su idioma original; con un poco de italiano que sepamos podremos comprobarlo. Y, afortunadamente, ese idioma, no tan ajeno al nuestro, no pierde mucho de sí mismo en la traducción (llevada a cabo por Esperanza Ortega), ni de su dialogante ritmo. Con todo, sí hay algo que perdemos en cualquiera de las lecturas, y es el extraño acento de su autora. Si pudiéramos oírselo recitar a la propia Rosselli nos quedaríamos fascinados por su dicción tan singular, tan ajena, tan característica de la gente que no termina de ser de alguna parte. Su sentimiento de no-pertenencia, debido al exilio y a las pérdidas familiares con las que creció, la acompañaría hasta sus últimos días, así como esa musicalidad experimental suya y la búsqueda de la libertad creadora.