Las maravillas de Elena Medel.
por Vanessa Díez Tarí
Te dejaste amar y salió caro. Tuviste que pagar el precio de la ignorancia. Te entregaste porque así lo sentías, creyendo que era sincero. Él te dijo palabras de amor, mientras hubo cama. Después todo cambió. Al enterarse de tu embarazo su cara fue fría y su voz calculadora. En cuanto nació la niña te reveló que tenía novia en el pueblo para casarse y que no podía darte una boda. Incluso la trajo con él para llevarse a la niña con ellos. Tú le escupiste en la cara y le dijiste a ella “ya sabes que aprovecha que te haga otra, esta es mía”. Al menos te quedaba eso, tu hija. Nada fue fácil. Otra boca que alimentar. En casa sólo eráis tres mujeres y sólo faltaba otra boca que alimentar. Padre hace tiempo que se había echado a la mar tras una discusión con madre y ya no había vuelto. Tu hermana servía en una casa, madre hacía colchones y a ti te quedaba el campo. Tu hermana no quiso ni conocer a la niña en el hospital, sólo te dijo “otra boca que alimentar”. Salió caro. Los azotes de madre sobre tu cuerpo abultado al enterarse no te importaron. Sabías que ser libre tenía peaje. Y decidiste pagar cada uno.
Elena Medel en “Las maravillas” nos revela la historia de los silencios, aquellos que se arrastran durante años y duelen dejando lacerantes heridas que no curan. La carencia se hereda. La falta de dinero y el miedo a perderlo. Los pobres siguen su lucha. Primero dejando su piel y su sangre en el campo, después en las fábricas, quizá en la limpieza o en la hostelería. Son las mujeres las que suelen arremangarse para traer pan a su casa. Quedarse en casa siempre ha sido un privilegio. Tanto mi abuela como mi bisabuela desde bien pronto salieron al mundo para poder tener que comer. Con nueve años mi abuela ya terminó el colegio y fue a servir como niñera en una casa. Los personajes de Medel me recuerdan a aquella época que me contaron, después tanto la hija como la nieta arrastran el trabajo duro de la madre sin saberlo. Incluso las nietas vivimos precariamente aunque hayamos estudiado, no importa si fuimos de las pocas universitarias de la familia, la carencia te alcanza, finalmente hay que llenar la nevera. El miedo a pasar hambre es tan grande que tener trabajo es suficiente, aunque sea uno alimenticio y no creativo. Tan sólo se ha ganado la libertad de hacer lo que queramos con nuestro cuerpo y que el qué dirán no nos lapide. Incluso eso fue ganado y no queremos verlo.
Elena Medel nos habla de esa precariedad heredada. Aunque los descendientes no lo sepan es un personaje más. El dinero y la falta de dinero. El valor de alguien a través de lo que puede o no comprar. Soportar los golpes de la vida encogidos en un rincón porque nunca se ha tenido nada. En Córdoba es el acento el que marca al pobre, observamos cómo se disfraza en Madrid para no ser tachado de labrador, de poca cosa, de ignorante. En la provincia de la que provengo en el campo se habla valenciano en las familias foráneas y castellano los señoritos del pueblo, ahora ciudad por habitantes, y ya había un trato despectivo cuando descubrían que no había una destreza en la lengua, pues la gente del campo si sólo aprendía las cuatro reglas y algo de cuentas no terminaban de dominar el castellano con facilidad, eran carne de trabajo desde la infancia para poder salir adelante en aquellas casas llenas de niños. Temprano salían al campo o llegaban a las fábricas y dejaban de tener infancia. Las mujeres históricamente en nuestro país han sido las que han arrastrado la mayor tasa de analfabetismo y además eran pobres, estudiar era un lujo debían sobrevivir. Comer o morir. Y la rueda vuelve al mismo sitio.
En «Las maravillas» Elena Medel construye unos personajes cercanos y con un lenguaje directo va ofreciendo capítulos en los que cambia tanto los personajes como el tiempo. Atrás, adelante, atrás, adelante. Y conociendo partes del pasado y del presente llegaremos a comprender a tres mujeres y sus circunstancias, su crecimiento, su vida. Lo que no diga una lo dirá la otra. Los silencios familiares se arrastran y sólo hacen perdurar el dolor. Nos daremos cuenta que suelen ser las mujeres en una familia las que han tenido el peso de las decisiones sobre las emociones. Si la Madre hubiera permitido que la hija se hubiera quedado en la casa la historia habría sido otra, la decencia y la moral en otro tiempo era la forma de apartar las habladurías sobre una familia y más si eran pobres y había más de una mujer casadera en la misma casa, perder la honra era un alto precio para las mujeres, por ello eran las madres y abuelas las encargadas de someter ciertas conductas que pudieran llevar al libertinaje. Eran las mujeres pobres las que sufrían esto, las señoritas de familia si caían en pecado podían ser llevadas a abortar en lugares seguros, las pobres se tomaban remedios o eran destrozadas por carniceros, pudiendo morir envenenadas o desangradas, o sufrir la vergüenza de tener el niño. El hambre y el dolor tienen nombre de mujer. Enhorabuena Elena Medel.