Alcaravea de Irene Reyes-Noguerol
por Lara Vesga
Informa la contraportada de este libro, a modo de prospecto medicinal, que la alcaravea es una planta silvestre de flores pequeñas cuyas semillas, en infusión, ayudan a limpiar y cicatrizar heridas y tienen efectos calmantes. También nos avisa de su sabor, amargo y dulce a la vez, y de su aroma relajante.
Pues bien, exactamente así, como es la alcaravea, son los doce relatos que contiene el nuevo libro de Irene Reyes-Noguerol (Sevilla, 1997), titulado como la planta: cuentos amargos y dulces repletos de personajes que, aunque arrasados por los avatares de la vida, consiguen hallar la redención y limpiar sus heridas sin rimbombancias ni fórmulas mágicas, simplemente a través del refugio de los seres queridos.
Arranca Alcaravea fuerte, con un relato titulado Carta a Theo que es un monólogo interior que consigue trasmitir la desesperación de su protagonista no solo con lo que cuenta sino también con la forma en que lo cuenta. Narrado sin un solo punto, salvo el punto y final, al que se llega con la lengua fuera y totalmente mimetizados con la situación del personaje, el relato es un soliloquio ficticio del pintor Van Gogh dirigido a su hermano y que pone los cimientos de lo que encontraremos en los once relatos restantes, en cuanto a fondo y en cuanto a forma.
Respecto a esta última el trabajo estilístico es bestial. Las palabras están cuidadas al máximo y parecen seleccionadas una a una y la musicalidad de las frases hacen que la experiencia de lectura sea sublime. Ello unido al fondo, con distintas voces que representan universos familiares azotados por la soledad, la locura, el desamparo, el exilio, la guerra, la frustración y la nostalgia, conduce a un libro que reúne todas las características para convertirse en uno de los mejores de su especie en los últimos tiempos. No en vano, la revista británica Granta ha seleccionado a la autora como una de las veinticinco mejores narradoras jóvenes en español.
Reconozco que hay algo que me ha gustado especialmente de estos cuentos, y es que colocan al mismo nivel a personajes de la Historia con mayúsculas y a personajes de esa intrahistoria de la que hablaba Unamuno y que no aparecía en la prensa ni lo hace en los libros de texto. No hay jerarquía entre unos y otros y la relevancia de los primeros queda difuminada y es tan importante como las historias que se basan en las vidas de los propios antepasados de la autora, como Alcaravea, que cierra el libro con un relato dedicado a su bisabuela Paca, a la que nunca llegó a conocer, o Cascarón de huevo y Bastardo, dedicados a sus tíos abuelos, de los que oyó hablar desde niña. Insto a todos los lectores a descubrir los beneficios y propiedades de estos cuentos que son memoria trasplantada que enraíza y perdura mucho más allá de su punto y final.