Te di ojos y miraste las tinieblas de Irene Solà.
por Vanessa Díez Tarí.
Santa María madre de Dios. Ruega por nosotros. Reza. Un rosario completo por cada descarriada. Reza. Por cada vergüenza. Reza. Por cada niño nacido fuera del matrimonio. Reza. Por cada acto impuro. Reza. Por cada mujer pecadora que nunca volvió a la senda. Reza. Tu madre. Tus hermanas. Las amantes de tu padre. Las hijas de las hijas. Mujeres llenas de pecado. Que ríen y blasfeman al otro lado esperando a que las vivas cumplan su tiempo. Y tu tiempo termina para darte cuenta que no fue suficiente con los mil rezos, aquello no podía salvarse. Mujeres perdidas que no sienten culpa por haberse entregado al goce de la mala vida.
“Te di ojos y miraste las tinieblas” de Irene Solà es una historia familiar. Las ancestras de un caserón del monte catalán. Los pecados de cada una unidos por el paso del tiempo. Y gracias a cada sacrificio las demás llegaron a la vida. En un árbol debemos dar gracias por cada excluido que dio su vida por seguir un camino no trazado. Arriesgando su vida. Incluso los ladrones, bandoleros, putas y gente de mal vivir. Sin ellos los descendientes no habrían sobrevivido. Hicieron lo necesario para perpetuar la vida. Aunque fuera deshonesto. Aunque hubiera que matar. Se sacrificaron por llevar el pan a la mesa. Dieron hasta su alma por la familia. Y se enfrentaron al mismísimo demonio.
En “Te di ojos y miraste las tinieblas” Irene Solà bebe de muchos cuentos y leyendas catalanas sobre el demonio y los reescribe para ofrecernos unas grotescas mujeres muy vivas aún después de muertas. Así nos ofrece todo un imaginario oscuro y lleno de simbolismo entre el demonio que va rondando y las mujeres de esta familia, desde las que lo siguen hasta la que lo teme. Bandoleros y cazadores de lobos. El monte es oscuro y peligroso. Vida dura y aislada. Tierra yerma. Mujeres secas. Feas de espíritu. Perdidas. Vivir libres. Habitar lo inhabitado. Cada una de ellas fue puesta a prueba. La casa pide siempre más. Engulle vida. Retenidas hasta la eternidad alrededor del fuego de aquella cocina. Esperan a la siguiente. Siempre termina llegando. Y mientras esperan alborotan, ríen y son testigos de lo que sus descendencia hace sin saber de ellas. Cada muerte es un festejo. Preparan banquete. Matan al cabrito. Cocinan recetas viejas. Y cuando la muerta las acompaña comen, beben, ríen y golpean la mesa. Jolgorio en la muerte como tuvieran en vida.
En “Te di ojos y miraste las tinieblas” de Irene Solà se disfrutan las historias elegidas y las descripciones. Sus personajes profundos e imperfectos, tan humanos, nos dan una visión de la vida que las gentes del monte han sufrido durante generaciones. Creados a golpes. Animales salvajes criados con lo justo. Resilientes. Mujeres peligrosas por crear su propio destino. Abandonadas a su suerte. Arremangarse mangas y faldas y salir adelante con sus instintos a fuego. Gracias a todas ellas. Sin las mujeres que dieron su vida en los lugares más alejados muchas no estaríamos aquí.