El lugar de la herida de Laura Baeza.
por Vanessa Díez Tarí.
Dos caras de una misma moneda. Desaparecidas. Violencia. Maltrato. Carne fresca. Cada vez más. Dinero manchado que va de mano en mano. Conseguir que prospere el negocio familiar. Que nadie se meta. A golpes con todo y con todos.
Cazar situados enfrente del instituto. El parque de los primeros pitillos y los rones colas. Tontear con los chicos. Cada viernes salir temprano para volver a ver al malote con moto. Dar una vuelta abrazada a él. Y soñar. Que te llevará con él. Te salvará. Que te sacará de la cochambre en la que vives. Dar envidia a las demás. Callar a las víboras mal habladas que acabaron con tu vida antes de que empiece. Ser la dueña.
Laura Baeza en «El lugar de la herida» nos trae los sueños rotos de dos mujeres. Dos voces se desgarran a base de amargura y sufrimiento. Una de las chicas secuestradas y la madre de otra de ellas. Y poder ver tanto la búsqueda de los padres con el silencio de las autoridades como qué les pasaba a las chicas. Convertidas en ganado sexual son llevadas a una casa vieja apartada en el monte en precarias condiciones. El maltrato tanto físico como psicológico para someterlas y conseguir cualquier cosa de ellas. Así ninguna escaparía. El miedo era mayor. Volverlas unas contra otras para que no se unieran. Y poder moverlas y venderlas al mejor postor.
Todas eran engañadas por aquellos chicos de su edad que ya no estudiaban. Ellas creían que era amor. Las tentaban y probaban. Y poco a poco las acercaban al negocio. Un día ya no podían escapar. La banda de jóvenes coleccionaba muchachitas sin piedad, siempre llegaban nuevas. Otras desaparecían. Los nuevos. Pero ellas no sabían la razón ¿Por qué estaban allí? ¿Por qué las habían engañado? Muchas de ellas buscadas por sus padres que sólo encontraban silencio cuando iban a denunciar a la policía.
Desesperación al ver pasar los días y no saber si sus hijas volverían. Los reportes con fotos de denuncias de desaparecidas se superponían en el corcho de la comisaría. Silencio. Ni llanto. Sin ayuda ni respuestas. Miedo en las entrañas.
«En México hay 125.287 personas desaparecidas, según el registro de la Secretaría de Gobernación, que recoge datos del último siglo. El 90% desapareció desde 2006 y a más de 60.000 personas se les perdió el rastro a partir de 2019. La mayoría de las víctimas son hombres jóvenes: hay 40.000 desaparecidos entre 20 y 34 años. A la gran parte de las mujeres se las llevan todavía con menos edad, entre 15 y 19 años. Hay municipios de 30.000 habitantes con casi 1.000 mujeres desaparecidas y zonas metropolitanas, como la de Guadalajara, que acumulan 9.500 personas sin localizar». Laura Baeza da voz al México de los desaparecidos y les honra poniéndoles su ofrenda en el altar. Así que nadie los olvide ni deje de buscar.
