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El escritor de la Acacia, la violinista y las bombonas de butano.

Por Francisco Gómez.

Mi admiración incondicional por el escritor Luis Landero.

He leído todas sus novelas, desde «Juegos de la edad tardía» que publicó con más de 40 años, tres revisiones que le supusieron cuatro años de trabajo, hasta la última «Absolución», una obra maestra con líneas cervantinas, los relatos de «Las mil y una noches», Kafka y filosofía disuelta con inteligencia en el río de la narración y que escribió, como él reconoció, en diez meses tras un año de intenso cortejo.

He dicho que siento devoción por este narrador extremeño, afincado en Madrid, pero temía que conocer a la persona, desmontase la mitificación del personaje. Nada de esto ocurrió el pasado viernes en el tercero de los encuentros con autores contemporáneos que patrocina el Gil-Albert en Alicante.

«Yo escribo en una habitación con una ventana donde veo una acacia y dos bombonas de butano. Y de ahí han salido la mayor parte de mis novelas. A veces entre la acacia observo a un niño que juega con la pelota, a un jubilado, a una pareja de novios, a una señora con la compra y me pregunto dónde está la vida, si en mi escritorio o fuera. Cuando la acacia pierde las hojas, veo a una violinista con su atril ensayando sus composiciones».

Landero nos cuenta, como si él se sumergiese, igual que uno de los personajes de sus novelas, en el arte de narrar que le apasiona, que en su familia de pequeño sólo había un libro, pero él bebió de la tradición oral de los campesinos y la buena gente que le rodeaba, en especial de su abuela Francisca. «Ella era una enciclopedia andante con sus cuentos, romances, chascarrillos, refranes. Fue una escuela magnífica para mí. Además mi pueblo hacía frontera y se mezclaban las lenguas y los personajes fascinantes».

El autor de «El mágico aprendiz» cuenta su recetas para convertirse en narrador aunque él inició sus caminos en la poesía: «Todo escritor es una urraca que recoge de aquí y de allá para tener un mundo propio. Estamos condenados a ser originales pero sacarlo fuera es lo más difícil, del yacimiento más profundo: el alma. Y forjar tu mundo personal. Las novelas son como los amores, tan diferentes entre sí; Un flechazo entre el tono, la música de la historia y el autor. Yo, sin la escritura no sé ser feliz. La novela me protege. Por eso quizás he publicado poco, porque dentro de la novela me protejo del sinsentido de la vida, del dolor de existir. Cuando acabo, me quedo a la intemperie».

Landero propuso a los presentes que cada cual busque las palabras fundamentales que configuran o han formado nuestro carácter y nuestra forma de ser, como hace Lino en «Absolución». Para él las palabras contingencia, tedio, melancolía o la palabra «taciturno» que deslumbró al poeta que fue a los 15 años.

«Somos frágiles, vulnerables y un poco ridículos. Estamos en manos de la casualidad y en Madrid más con Eurovegas. Es desesperante ver cómo tu vida depende del azar», decía con cordialidad Landero al auditorio entregado a su palabra amiga. «El repertorio de temas es restringido. Todos los libros están emparentados y está bien así. Soy muy aficionado a la filosofía, un diletante, y ese bagaje de conceptos tienen que reflejarse pero no quiero escribir novelas ensayísticas. Prefiero que la filosofía esté diluida en la narración».

Luis Landero se reconoce como un escritor tardío que ha publicado poca obra quizás porque «he llevado una vida laboral diversa y aventurera. Me gusta inventar cosas y componer una historia es como un juego deniños. Uno se encuentra felizmente huérfano en cada novela y está bien así».

Sigue el maestro hablando: «Me gusta escribir bonito y eficaz. Tengo un gran amor por el lenguaje pero sin que se note virtuosismo. Concentrar el equilibrio, contar y escribir bien. Con toques de ironía. El humor es la máscara de la desesperación, decía Freud. El humor es estupendo para ir y venir, un arma de distanciamiento desde el extrañamiento».

Luis Landero escribe todos los días de su vida, a mano para que fluyan mejor las ideas.

Escucharle y conocerle ha sido un gustazo. La admiración por su obra y la persona que encierra al personaje se agranda. Seguiremos atentos a su trayectoria y les invitamos a que le conozcan si aún no han disfrutado de las peripecias de sus fascinantes seres anónimos, envueltos en el azar, el destino, la casualidad y la contingencia.

 

 

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