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Fábula erótica perversa como el Bataille de antaño

Por Vanessa Díez

De generación en generación se arrastran silencios que pesan manteniendo los tabúes sobre la carne y sus dominios. El sexo no es algo que se enseña en la familia, cuando eso sucede se puede traspasar la línea entre la razón y la cordura. El instinto animal se desboca sin control cuando todo se mezcla, cuando el bien y el mal tienen la misma forma. Cómo saber qué es aquello sano cuando tus progenitores te atacan y dejan que otros lo hagan. La misma autora afirma “ni mucho menos pretendo hacer aquí una apología de los vínculos sexuales entre familiares: soy consciente de que es un tema sumamente delicado”. Sobre las niñas que un día gozaron sobre la mesa del comedor sin saber sus consecuencias dos formas de vida, una con familia, otra sanando con la escritura, ambas entre ellas callando el pasado lleno de dolor.

Quien haya leído a Bataille y su Historia del ojo podrá disfrutar de la lectura de ¡Ponte, mesita!, título de uno de los cuentos de los hermanos Grimm cuando los cuentos se escribían para dejar moralejas que advirtieran a los niños de los peligros sin edulcorar la realidad, convertido ahora en una fábula erótica que juega con las perversiones trascendiendo cualquier tabú que pueda existir en esta sociedad sobre la pedofilia, el incesto y el adulterio. Son miles las fantasías sobre todo aquello que existe en la sombra, lo que no se debe hacer, el pecado puede llegar a ser atractivo para muchos que no encuentran la excitación de otra forma, porque siendo sinceros sobre las sábanas nunca se sabe que es y que no es lo que puede agradar, el término normal es incorrecto, nadie es normal, tan sólo se siente o no, ya sea en modo sado con látigo siendo sumiso o como ama, en posición perrito, o por la puerta de atrás. Anne Serre se pone en la piel de la niña que es arrastrada por sus padres al sexo con ellos y con adultos, algo que más tarde la bloquea, para ello recuerda aquellas experiencias que marcaron sus años de inocencia, cuando uno no cuestiona lo que le sucede y sólo vive.

En muchas ocasiones esta sociedad bebe de la doble moral en la que de cara a la galería se dice que todo es pecado, siendo en muchas ocasiones personas que viven una vida familiar impecable ante los demás los que caen después en perversiones sexuales obligando a otros a satisfacer sus delirios para excitarles sin fin. Sin juicio moral uno puede dejarse arrastrar por ¡Ponte, mesita!  para conocer a esta escritora. Este texto seduce en tan sólo 69 páginas.

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