Casas vacías de Brenda Navarro
por Vanessa Díez
Como hija vi el dolor de mi madre ante dos abortos cuando era pequeña. Su viajar a la deriva con el dolor. Su mirada ida. Mis hermanas llegaron años más tarde. Ella procuraba dejar pasar los días y los años. Pidió ver el feto que le extrajeron. Aquel tarro de formol quedaría grabado. Volvería a aquel instante ante la debilidad. A la soledad de aquella habitación de hospital. Mi padre la culpaba y la dejó sola. Pero nacieron las niñas y aquello quedó atrás. Crecieron y se fue ocupando de ellas. Siempre a medias, cerca del filo de la navaja. La depresión era fiel compañera, ocultarla ya era fácil incluso. El vacío ya era parte de nosotras.
Una mujer queda marcada por un hijo, aunque no llegue a este mundo. Si lo deseas y lo pierdes lo velarás durante toda tu vida, aunque hayan otros. Ninguno reemplazará el dolor de su ausencia. No podrás vivir para los que te quedan cómo si nada hubiera pasado. Y si rechazas a tu hijo desde el vientre, después él te hará lo mismo. El miedo es más grande que la fuerza de ser una mujer ante el momento más importante de su vida. No querer ser madre, cuando ya se tiene al niño en brazos. Recordar el momento en que un aborto fue posible, pero ya era tarde. El niño vivía, pero se escapó de tus brazos. Duele la pérdida tanto como la muerte. No sabes qué ha sucedido. Ahí está la herida y no dejas que nadie la sane. Te adentras en tu propio infierno, arrastras a aquellos que un día intentaron hacerte feliz.
Las dos caras de una misma moneda. Un niño con tres historias. Dos mujeres que a través de su infierno nos hablan de cómo un pequeño cambió sus vidas. Una no lo quiso y lo tuvo, mientras que la otra lo cogió para hacerlo suyo. Su dolor nos muestra cuán perdidas están. Ni los hombres, ni la familia, ni el hijo. Nada. Las heridas siguen doliendo. Cuesta vivir.
Sus dos madres nos cuentan el tiempo que tuvieron con él a través de sus propios demonios. Aunque según evolucionan ambos personajes nos damos cuenta que ellas tan sólo giran alrededor de sus propias llagas lacerantes, los hombres que las hirieron, los familiares que no las quisieron, aquellos a quienes perdieron; mientras el niño tan sólo está ocupando espacio. Ninguna de ellas intenta comprender qué le sucede. Tan sólo la hermana del pequeño vive para él y entonces él se desvive por ella. El camino es duro y todos gritan sin escuchar.
No se es sólo madre, además se es mujer, hija, esposa (o compañera) y también trabajadora. Una mujer no empieza y termina en sus hijos, existe antes, durante y después. Durante generaciones nos contaron el cuento a conveniencia de unos cuantos. Muchas mujeres de mi familia sacaron a sus hijos adelante y trabajaron para poner un plato en la mesa. Ejemplos de mujeres endurecidas por el trabajo. Aquellas que llegan exhaustas al final de sus días. Las que lo dieron todo porque tuvieron que serlo todo. La maternidad es una palabra compleja llena de claroscuros que da miedo, pero también fuerza, da llanto y además felicidad.
Brenda Navarro nos trae la dura historia de un niño autista. Celebro que en la literatura se puedan visibilizar casos para llegar a normalizar a los pequeños y que no vivan con rechazo en las escuelas. Es muy importante una detección temprana para apoyarles con herramientas específicas que les ayuden a afrontar los retos de su desarrollo emocional e intelectual. Enfrentarse a temas como la pérdida, la muerte, el dolor, el miedo, la dependencia o la depresión y salir bien parada. Nos pone frente a las relaciones emocionales con todas sus contradicciones. Seguid la pista de esta autora que con su forma de escribir nos traerá más obras que absorban nuestras ansias de oscuridad.