La calle de los espías de Mick Herron.
por Lara Vesga
El ya jubilado espía David Cartwright comienza a dar muestras de una demencia senil que hace saltar las alarmas de su antigua empresa y de sus excompañeros.
El anciano, un mito de la Guerra Fría, atesora informaciones reservadas que harían temblar los cimientos de todo un país, pero su enfermedad le impide recordar que no puede proclamarlas a los cuatro vientos.
Su nieto, el también espía River Cartwright, contiene a su abuelo como puede junto con el resto de los “caballos lentos”, los miembros del equipo de Jackson Lamb, proscritos del servicio secreto británico. Lamb trabajó con el viejo espía y no se cree del todo su nuevo papel de octogenario indefenso, ya que sabe que David Cartwright fue el responsable directo de muchas muertes. De hecho, es a Lamb a quien envían a casa del anciano cuando se descubre en su casa un cadáver sin identificar, poco después de que una bomba estallara en un centro comercial arrasando con decenas de vidas.
Mick Herron (Newcastle upon Tyne, Reino Unido, 1963) escribe la cuarta entrega de la alabada serie sobre Jackson Lamb y sus caballos lentos. «La calle de los espías» nos trae de nuevo una prosa sublime, un humor negrísimo y un argumento de espías de ayer y hoy que nos mantendrá pegados a las páginas de principio a fin.
Tachado como el mejor thriller del año por medios como The Guardian, The Irish Times o The Boston Globe, la novela juega con el maremágnum de varias generaciones de espías y de las consecuencias de las decisiones tomadas por algunos de ellos hace muchos años y que se han arrastrado hasta la actualidad. Y nadie mejor para poner orden en este caos que el caos personificado que representa Jackson Lamb, un espía de vuelta de todo, sarcástico, cínico hasta el infinito y más allá, carente de escrúpulos y a quien todos evitan mientras pueden. A través de unos diálogos fantásticos y divertidísimos y de unos personajes sin fisuras, «La calle de los espías» nos adentrará en el Londres más lúgubre para luego soltarnos la mano y que seamos nosotros mismos quienes vayamos atando cabos, leyendo las líneas y también entre ellas, y haciendo conexiones entre pasado y presente, hasta convertirnos en un espía más, en estado permanente de alerta ante lo que nos puede esperar al acecho al doblar la página.