No dejar que se apague el fuego de Miriam Toews
por Lara Vesga
El trío que formaba junto a mi abuela y mi madre es una de las relaciones más mágicas que he tenido en mi vida. Para mí éramos un lote perfecto de tres muñecas matrioskas, una salida de la otra, aprendiendo las unas de las otras, sujetándonos ante los vaivenes de la vida. Probablemente estábamos en las antípodas de ser perfectas, pero ahí estábamos. Y ahí seguimos, aunque ahora el trío sea un dúo.
Swiv, junto a su madre y a su abuela Elvira, forman un trío similar. A la niña acaban de expulsarle del colegio por meterse en peleas, así que en casa ejercen el quid pro quo y montan unas clases improvisadas en las que Elvira ejercerá de profesora de la escuela de la vida mientras Swiv atiende a las necesidades de su abuela, llena de achaques y con un largo listado de pastillas diarias que tomar. La tercera en discordia, hija de Elvira y madre de Swiv, es una actriz en horas bajas a cuyo carácter ya de por sí voluble se suma la revolución hormonal que vive en el tercer trimestre del embarazo de su segundo hijo.
Lo de Miriam Toews (Steinbach, Canadá, 1964) en No dejar que se apague el fuego es una carta de amor a las madres y, sobre todo, a las abuelas. Con muchísimo humor, un estilo descarnado y fresco y una sororidad sin límites, Toews compone la vida de tres mujeres pertenecientes a tres generaciones distintas que, pese a las adversidades, especialmente la del fantasma de la deficiente salud mental que planea en la familia, eligen reafirmarse, sostenerse y superar cualquier bache que se presente juntas.
La conexión abuela-hija-nieta como refugio y soporte para salir adelante en la vida traza el hilo conductor del libro, que se divide en dos partes: la primera cuenta el día a día en la casa familiar de Toronto, mientras la segunda narra el viaje de abuela y nieta a California para visitar a unos familiares. Y aunque cada una de las tres tenga su forma de ser, con una abuela que está de vuelta de todo y se ríe hasta de su sombra, una madre deslenguada a la que por momentos le invade la depresión y una nieta curiosa que, como cualquier adolescente, prefiere que no la vinculen con su familia en más de una ocasión, las tres saben que la mayor de sus fuerzas se encuentra en su inquebrantable unión.