Pómulo y lejanía de Stefanía Caro
por Lara Vesga
Escribir a veces es como pintar un cuadro o como hacer un reportaje fotográfico. A veces, también, escribir es como cantar. Pero después de leer Pómulo y lejanía me he dado cuenta de que escribir también puede ser un baile. Un baile en forma de paseo vital, como el de las dos protagonistas de la novela, madre e hija.
Esta última aparece sin nombre, pero sabemos que es una profesora de danza inmersa en el proyecto de trazar su última coreografía. Acaba de vivir un fracaso sentimental y ha abandonado su profesión. Su madre es simplemente T., una progenitora complaciente que una tarde decidió dejar de caminar, pero que como haría cualquier cosa por su hija, acepta el proyecto de esta de emular la danza “amenazadoramente sencilla” de la bailarina norteamericana Susan Buirge, que en los escenarios reflejó su propia trayectoria vital, que la había llevado de EEUU a Japón, danzando en una línea transversal, ocultando al público un lado de su cuerpo y empleando la otra mitad de su anatomía para conmover a los espectadores.
Stefanía Caro (Pamplona, 1981) debuta con un libro íntimo escrito con una bellísima prosa que por momentos se vuelve poética y que se disfruta como un baile lento y de movimientos suaves. Los deseos, la ausencia de lo que se tuvo y de lo que nunca se llegó a tener, la exploración del cuerpo, y, sobre todo, la relación madre e hija, son algunos de los temas tratados en esta novela que se lee y se baila. “Ya no esperamos una vida mejor. T. debe salir de su sofá, yo debo saltar hacia el futuro. Hay que caminar sacudidas por un instinto, en línea recta hacia la luz. Quizás porque necesito alumbrar algo, ya sea un organismo vivo, una cabaña o un libro y lanzarme al porvenir con una ilusión, como mis antiguas alumnas de ballet”, dice un revelador extracto del libro.
Paradojas de la vida, leí este libro en sentido contrario al de su historia, de copiloto en un viaje en dirección al oeste. Las protagonistas de Pómulo y lejanía danzan hacia el este utilizando las calles de su propia ciudad ante la imposibilidad de hacer el viaje real hasta Japón, en un precioso peregrinaje de coreografías y reflexiones que convierten la lectura en una experiencia táctil que no solo entra por los ojos, sino que activa el cuerpo entero y te pone a danzar.