Audición de Katie Kitamura
por Lara Vesga
Se abre el telón y vemos a una mujer madura con un hombre joven sentados a la mesa de un sofisticado restaurante de Manhattan. Ella es una actriz consagrada inmersa en los ensayos de su próxima obra de teatro. Él, un atractivo veinteañero empeñado, de manera algo torpe, en causarle buena impresión a la mujer, que por edad podría ser su madre. Entre miradas reprobatorias de los comensales, que cuchichean sobre la pareja, la velada transcurre más o menos con normalidad, al menos hasta que se abre la puerta del restaurante y la actriz ve a su marido entrando.
Katie Kitamura (California, 1979) pone en tensión al lector desde el inicio hasta el final del libro con una trama en la que nada es lo que parece y en la que el papel que juegan las diversas identidades que interpretamos todos en nuestro día a día se convierte en un auténtico thriller desasosegante. No hay ningún asesino ni un gran misterio que resolver en «Audición», pero el suspense que consigue crearse es digno de la mejor de las novelas negras.
La narración al completo está impregnada de un enorme poder sugestivo: son visibles y casi palpables los silencios, los gestos, la potente e inquietante atmósfera, las emociones a flor de piel. Y todo ello girando en torno a temas tan profundos como la maternidad, la memoria y la familia. Si bien puede que en ocasiones el relato descoloque por su estructura abstracta y su intencionada ambigüedad, no sabiendo muy bien por donde van los tiros e invitando en parte a la relectura, haciendo un ejercicio de lectura entre líneas, de valoración de lo implícito del relato y de reflexión, es fácil quedar embaucado por una historia que nos puede representar a todos.
«Audición» es una invitación en primera fila al gran teatro que es la vida, en la que el lector podrá sentir el aliento y la mirada penetrante de los personajes/actores que interpretan el sofisticado guion de Kitamura, que no hace sino recordarnos que todos actuamos cada día y que también nos dedicamos a ensayar roles, unas veces mejor, otras veces peor, y otras simplemente nos toca improvisarlos, sin que haya nada escrito a lo que aferrarse.