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Cruda historia de violencia

Por Rubén J. Olivares

En el panorama editorial español persisten, por fortuna, editoriales valientes que apuestan por novelas alternativas dirigidas a lectores exigentes. Gracias a ellas podemos disfrutar de historias condenadas al olvido en algún montón de novelas rechazadas. Éxodo podría haber sido una de estas víctimas – estamos ante una historia dura, políticamente incorrecta, empapada de nihilismo y empeñada en demostrarnos que a menudo la sociedad es violenta, injusta y cruel -, pero, como su protagonista, logró sobrevivir.

La lectura es desagradable, porque la historia que nos narra no nos es ajena, sumergiéndonos en un escenario conflictivo, frío, duro y desesperanzando en el que sus protagonistas son el resultado de los comportamientos políticos y financieros de un sistema postcomunista en el que el ultracapitalismo, los movimientos neofascistas y las mafias dominan la vida cotidiana de una Rusia quizás no demasiado alejada de la realidad. Los personajes de Éxodo son el retrato de una generación que sobrevive al margen de la sociedad. Formados en un sistema que promovía la educación como vehículo para el sustento de los ideales comunistas, la caída del mismo los ha sumido en una realidad social en la que escasea el trabajo y carecen de los derechos que poseían, al tiempo que se los anima a ser libres, a consumir y compartir unos ideales de mercado que les están vetados. Un caldo de frustración social que éstos marginados liberan a través de la violencia y el enfrentamiento entre facciones ideológicamente contrarias. La violencia diaria se convierte en el vehículo con el que canalizan su deseo de cambio. Una guerra que se desarrolla en las calles de ciudades rusas y que se convierte en un estilo de vida para toda una generación carente de cualquier valor o sentimiento existencial, para los que volver a pelear con policías, neonazis y mafiosos en un club cualquiera es un motivo tan válido como otro para seguir viviendo.

Adentrarse en este libro es deambular por un terreno hostil y desesperanzado, en el que sólo caben peleas contra skinheads, la policía o bandas de mafiosos, grupos que se disputan el control de la Rusia de Éxodo. Su protagonista es un testigo de este desmoronamiento moral y social, marcado por el nihilismo, a quien el dolor que experimenta con cada enfrentamiento es el único sentimiento que le queda para sentirse vivo. No podría haberse elegido un título más acertado para este relato, pues su protagonista deambula de ciudad en ciudad, de club en club, concierto tras concierto como en un eterno retorno, allí donde el movimiento antifascista violento requiere de la presencia de él y sus amigos para pelear contra algún grupo. Son jóvenes (aunque cada vez más viejos para esta vida, desgastados por la pelea urbana, las drogas y la violencia) que carecen de ilusión por un futuro mejor, de algo que puedan llamar proyecto de vida, que simplemente subsisten por el odio al otro.

La narrativa es impecable, descarnada y directa como la historia que nos narra, fluida e intensa, descarnada y ausente de treguas al lector. No encontraremos humor, ni siquiera humor negro, que nos libere de la carga de la tensión con que nos satura la violencia de sus páginas. Un acierto, pues logra hastiarnos de la violencia sin sentido hasta hacernos comprender que ni es ni ha sido nunca un remedio al tiempo que denuncia una realidad social quizás más cierta de lo que quisiéramos admitir. Queda en manos del lector descubrir si su protagonista logra alcanzar la misma respuesta.

 

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