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Mirarse de frente de Vivian Gornick.

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por Vanessa Díez

Rocío está detrás de la barra, sube la pierna sobre la cámara de bebidas y deja ver parte de la piel de su pierna revisando si tiene pelos. Este recuerdo lo convierto a blanco y negro, con su melena corta rizada me recuerda a una actriz del cine mudo de los años veinte. Quien haya trabajado en hostelería seguro tiene también personajes alocados que entretuvieron sus veranos o crisparon sus nervios, si han sido perfeccionistas y responsables.

Vivian Gornick en “Mirarse de frente” nos habla de aquellos años de juventud en que se vio obligada a trabajar de camarera, si estás estudiando suele ser por necesidad, siempre hay gastos que asumir, es un dinero seguro si tenemos contrato o si hay algún extra por un evento. Después siempre están los que funcionan a base de tener personal a prueba y no pagarle las horas trabajadas. En mi caso la experiencia en hostelería empezó cuando estaba terminando el instituto, durante la universidad y durante la crisis, yendo y viniendo. Así puedo entender aquellas situaciones disparatadas entre jefes, clientes y compañeros. Es uno de los sectores en los que se vive al límite por las horas y los horarios, muchas veces nocturnos, siendo fácil ver gente con adicciones, problemas de dinero o familiares, con la vida del revés.

Gornick avanza más tarde hacia el periodismo. La envían a realizar un reportaje sobre las feministas del momento en Nueva York y se convierte. Nos habla de feminismo y cómo se sintió acogida y menos sola, coincidió aquello con su divorcio. Pero no nos miente. Tras diez años de reuniones las posturas de las tertulianas que se reunían habitualmente se van alejando y dejan de verse. Recuerda el feminismo de los setenta como un antes y un después. Refuerza en ella la contradicción que siente hacia el amor romántico. Antes lo importante era tener un hombre más que un trabajo, lo segundo podía esperar, pero ahora se responsabiliza de sí misma y pone delante el trabajo para salir adelante. Piensa en que debe endurecer el corazón, pues ya no ve las relaciones de la misma forma, pero se siente vulnerable ante el hecho de enamorarse. Es incapaz de cerrarse completamente a la idea de estar con otra persona. Ese anhelo eterno de compañía y la lucha por afrontar la soledad le hacen daño. El cuento que nos contaron sobre el príncipe azul no es cierto, se racionaliza y se afronta, pero una pequeña parte de nosotras al quedarnos solas cae en el abismo y debe endurecerse.

Gornick sigue después analizando las relaciones. Su forma de acercarse a los demás o más bien de permitir que otros se acerquen. Tener un humor ácido y ningún filtro para opinar abiertamente no suele ser aceptado socialmente es una situación que pasa del blanco al negro, eres amado o rechazado, así veremos como la autora se encuentra en la soledad del vacío entre esos grupos de profesores a los que ella visita en distintos centros, los cuales no le dicen realmente lo que piensan pero no la frecuentan, sea por su fama de escritora en ese momento, por su falta de uso de los convencionalismos del lugar o por su forma clara de hablar.

Gornick siempre vuelve a la ciudad, ayuda a la autora a afrontar su soledad, camina por las calles y bebe de los personajes cotidianos. Llega a decir: “Nada me cura de un corazón resentido y enojado como un paseo por esa misma ciudad que suelo sentir que me niega”. Convierte su literatura en real, de carne y hueso. Sus conocidos son muchos, se cruza en las calles con ellos más tarde o más pronto y nos habla de ellos, también de los desconocidos, los más cercanos son pocos, nos muestra a algunos, entre ellos volvemos a disfrutar del ingenio de Leonard al que ya tuvimos en “La mujer singular y la ciudad». Incluso vuelve a utilizar un párrafo en el que hablan ambos de las diferencias de ser hombre y mujer de antes a ahora, en el armario había dos trajes esposa y marido rígidos, ahora no saben hacia dónde ir.

De Vivian Gornick he leído: “Apegos feroces», “La mujer singular y la ciudad” y finalmente “Mirarse de frente”. “Apegos feroces» es el que más disfruté de los tres, seguramente por el conflicto materno-filial, que es uno de mis temas, en los otros dos la autora da vueltas sobre sí misma pero su madre ya no es protagonista, en el segundo la nombra y en este último ya no aparece. Me identifico con su forma de ver la vida y las relaciones. Es una autora ácida, que no se calla la crítica ajena, en este caso se hace una crítica a sí misma, se pone un espejo enfrente, analizando las situaciones vividas en el pasado, pues siempre tenemos que ver en aquello que nos sucede y en cómo asumimos cada golpe de la vida. Leer a Gornick siempre es un placer.

 

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