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The Zapata Tapes, “retroestreno” de The Bleach.Vuelta al origen

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por Sandro Maciá

Volver para seguir y seguir para no parar de volver. No se si en este orden o si con la conciencia de quien llega a guiar sus pasos por la homérica consigna, pero, visto desde un punto de vista u otro, esto lo que han hecho los chicos de The Bleach con motivo del decimosexto aniversario de su primer concierto.

Y es que, bien sea con la romántica intención de seguir buscando musas a través de un manifiesto gesto de añoranza por lo pasado, o simplemente movidos por el espíritu aventurero que lleva a todo artista a ejercer su veneración  por la procedencia sin cesar en el empeño de cruzar nuevos mares hasta volver al punto de partida, la banda madrileña ha decidido celebrar las casi dos décadas que les separan de aquel estreno compartiendo virtualmente una parte de sus inicios, o lo que es lo mismo,  publicando online de su primera maqueta, The Zapata Tapes (2004).

Detallazo. No me lo discutan. Porque no sólo podemos ahora reiterar casi las tres cuartas partes del refranero español a tenor de lo que encontraremos en un trabajo que fue grabado y producido íntegramente en el estudio de Pedro Zapata –sí, sí, vayan desempolvando frases como “nadie puede huir de lo que le ha de venir” o “camino comenzado, medio andado”-, sino que conseguiremos contextualizar aún más la carrera de aquellos dos jóvenes de Orcasitas que, con la ilusión de “hacer puto rock and roll”, llegaron a pasar por la mismísima Radio 3 y a dar decenas de conciertos, consagrándose en un panorama musical no precisamente amable y publicando, hasta la fecha, dos discos: Tired Horse Soup (Darklands, 2013) –definido por ellos como “Vino y pan, cuerpo y sangre, espíritu y materia”- y Shining Blackout (Algoenblanco, 2010) –“un apagón reluciente”-.

Un contexto que no sorprenderá a los que ya les siguen desde los dos citados elepés pero que no resulta desdeñable para los que los que se topen por primera vez con la intensidad de Sam y Jon, es decir, con la razón y el corazón de una banda que ya apuntaba maneras en las seis canciones que hoy nos ocupan. Seis temas que exhalan una inocencia propia del desenfado natural que aún seguía influenciando a los grupos de finales de los noventa -y que nunca dejó de hacerlo en los que comenzaron su andadura en los albores de los 2000, como ellos- y que se alimentan de lo que ya en su día promulgaron grandes como The Kinks, The Beatles o incluso Nirvana, o sea, de pases melódicamente poperos –como en Me & My Gazelles-, de rockeros arpegios –es el caso de Lazy Daisy-, de distorsiones llenas de dulzura –ojo a Skeleton Coast-, de bailables acordes -¡alegre La La La!-, de salvajismo coreado –disfruten con Crystal Ball- y de energía vocal, rítmica y sonora, como atestigua la final Diggin’.

Si Calamaro ya cantó –aunque no fuera de su puño y letra- aquello de que “aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor”, estos chicos lo han llevado a la práctica. Y por partida séxtuple, sorteando el tiempo que los separa de sus primeros pasos y compartiendo con el mundo el origen de todo a través de estas demos desprejuiciadas y llenas de intención, como debe ser. 

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