La ternera de Aurora Freijo Corbeira (2)
por J. Luis Romero González
De «La ternera» que conocí y la que leí.
No es igual leer que vivir la desaparición temporal de un menor. De una niña. No me refiero a la de «La ternera» de Aurora Freijo. Ella no está ausente de su hogar tanto tiempo. Se halla cerca del mismo. Letras A y C de pisos. Duras son las páginas del libro de «La ternera», pero más lo fueron las horas desde que fue vista por última vez hasta que apareció de nuevo. Allá, bastante más abajo del portal de su casa, en la zona a la que no nos permitían llegar. La que se extendía desde una puerta en la muralla hasta el río grande. Desde «El portillo» hasta la «Cruz del Rastro». Dos aceras prolongación de las habituales, de las que nos sentábamos en sus «graíllas», pero muy distintas. Misma calle. Luces y sombras. Casas estrechas, de una sala por planta, con puerta entornada, con mujer sentada en silla de enea o en mecedora de rejilla a la entrada con muslos al descubierto… No debemos pasar por ellas. De necesitar hacerlo, no mirar. Andar rápido con la cabeza al frente. No pararnos. Sin contestar, sin responder…
Fue allí, donde las casas del pecado de entradas con luz tenue siempre encendida… donde hallaron a nuestra vecina y amiga, a nuestra «ternera». Pero han pasado tantas décadas que es mejor no revivirlo. Aunque nunca olvidar.
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«¿Quién, si yo gritara, me oiría desde las jerarquías de los ángeles?» se preguntaba Rainer María Rilker. Me atrevo a contestar que el patrón de los caminantes. El ángel que guió al joven Tobías, el que se presentó como Azarías, el Custodio de esta ciudad, al que tenemos en piedra sobre pilares en plazas, puentes, carreteras,… El que lleva un pez para sanar y una vara con una calabaza para andar… encontró a «la ternera» que aquellas familias buscaron. Hace tanto tiempo…
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«La ternera» de Aurora Freijo puede dormirse sobre el suelo, llegar a casa con la falda del revés… nadie se da cuenta. Su padre tiene una risa que «no era franca sino algo cobarde, enredada… «. A ella le gusta su padre aunque no se da cuenta del «cazador» que le roba a uno de sus cachorros, la manosea y se la devuelve al rato. Trabaja mucho y, por ello, ignora lo que ocurre. No comprende cómo siendo tan dulce trabaja -con manos blancas, manos de leche, manos de acoger a un cordero- en el matadero municipal
«La ternera» sabe que no fue difícil cazarla, cayó en la trampa, atrapada muy cercana, en una «buena» vecindad… Donde le dicen que «siéntate ahí. Juega. Espera». Donde le dan la merienda infantil, ante el televisor…
«No quiero carne. Carne, no» piensa camino del comedor, temiendo el almuerzo servido en el mismo. «Carne de ternera», lee en los rótulos. «Carne de primera», sílaba. «Carne de primera vez», piensa y teme. No sabe con quién ni a qué jugar en el recreo,en la «recréatión».
Tan cortos, tan breves como «La ternera» son los capítulos. No se absorben ni se comen. Se suben a donde vive la niña y su cazador. Ascenso que tanto cuesta a la «madre poetisa» a la que, a pesar de todo, «prefiere que la acoja en su pecho de mala madre» que ir al colegio.
Aurora Freijo nos muestra el pudor de la ternera desnuda. Del dolor, de la violencia, del silencio. Pero lo hace con ternura.