Montañés nos invita a “Juerga y vino”.
por Sandro Maciá
Festero estilo de Montañés
La música puede ser divertida. Y no por ello menos seria. Puede ser alegre, y no por ello menos intensa. Puede ser, en definitiva, como cada uno quiera hacerla e interpretarla. Como cada uno decida vivirla. Como cada talentoso autor le de forma hasta parirla y ofrecerla al mundo, vaya.
Lo que ni puede ni debe ser esto del arte musical es un ejercicio lineal, casi matemático, donde los sobresaltos parecen ser esquivados y las curvas atemorizan al autor… ¡Ni hablar! La música es para los valientes y, si de curvas, sobresaltos y alegres y divertidos compases hablamos hoy, es porque ha llegado hasta nuestros pescuezos una colleja, un toque de atención en forma de fusión rítmica folclórica y “costumbristamente” pegadiza que nos ayuda a despertar, a dejar el letargo popero y a aferrarnos al sureño estilo de quien ha presentado estos días un discazo: Montañés, padre, madre y Espíritu Santo de un trabajo que lleva por nombre Juerga y vino (El Volcán Música, 2021) y que no pocos buenos ratos va a darnos.
Con dicho seudónimo por seña identitaria, tanto para lo que viene siendo el hecho de referenciar el proyecto en sí y como el desarrollo de su faceta artística, tras Montañés se esconde David, que toma de su apellido la nomenclatura bajo la que despliega su relampagueante obra, su alumbramiento tradicional de la canción andaluza traída a nuestros tiempos, con los ímpetus que ahora nos marcan pero con esa esencia clara y canallesca que este género permite utilizar en pos de la transmisión directa de ideas y mensajes.
De ahí la diversión y la alegría, que en cada canción de Juerga y vino se muestran presentes, bien de manera real o al estilo más irónico, pues los problemas también pueden cantarse sin caer en la intensidad de la balada semisuicida y pueden ser tratados al estilo Montañés, con la naturalidad de quien canta como si hablase, haciendo de este don el germen del que ha nacido su tracklist, compuesto por temas como el que da nombre al álbum -olé esos alegres y festivos fandanguillos-, La ciencia del saber -una canción granadina anónima del siglo XIX recuperada-, la estilosamente medieval Romance del mago enamorado -tanto por letra como por música-, la instrumental Carmen de los mártires, la evocadora y animosa El meteorito -con similitudes varias con grandes como Sr. Chinarro o Grupo de Expertos Solynieve- o la electricamente flamenca El gran simulador…
Y eso por citar algunas canciones, porque más encontraremos en la lista de este emocionante disco, donde la honestidad llega hasta el punto de no disimular el acento en cada verso -¡a Dios gracias!- y de no olvidar que lo importante está en esos temas que nos inspiran, como son, en su caso, el amor, la paz, la libertad y ¡el propio vino!. Olé.
Así pues, alegrado el día con este descubrimiento, quedan claras muchas cosas. Entre ellas, que visto lo visto, no es de extrañar que artistas como Moncho de Fandila, David Ruiz de la Banda Morisca, Alonso Díaz de Napoleón Solo y Lorena Álvarez hayan colaborado en el trabajo… ¡normal!