Verdes hojas ovaladas de Alberto de Frutos Dávalos.
por Rubén Olivares
“¿Recuerdas tus epifanías sobre verdes hojas ovaladas?”
Ulises- James Joyce
El lector de relatos cortos tiene una pátina especial que lo distingue del lector de novelas o de otros géneros literarios. A este lector no le interesa lo que le pasó al protagonista el día anterior, ni que será de él en el futuro. Autor y lector de relatos cortos hace tiempo que firmaron un contrato no escrito en el que ambos aceptan que las “reglas tradicionales” de la novela quedan en suspenso. El relato corto es un ámbito en el que explotar la experimentación, en el que dejar rienda suelta a historias propias del reino onírico. El cuento es el dueño de la narrativa de la tragicomedia: los inicios suelen parecer triviales, pero conforme avanzamos en la historia esta va cogiendo peso y acaba convirtiéndose en un relato pesado, con giros inesperados que acabarán sorprendiéndonos y a menudo obligándonos a releer el relato para tratar de entender cómo desde algo tan sencillo pudimos acabar en un final tan complejo. La magia del relato corto atrapa al lector, invitándonos a hilar relato tras relato.
Alberto Frutos nos ofrece un conjunto de 16 relatos premiados en diferentes certámenes – lo que siempre da un barniz de garantía – con los que adentrarnos en este formato, si no lo hemos hecho antes, y disfrutar de estas píldoras literarias que se pueden leer perfectamente durante el transcurso al trabajo o mientras tomamos un café. Narraciones breves, que siguen el hilo conductor de las relaciones familiares, complicadas y tormentosas, a menudo ligeras, pero siempre vitales.
Alberto Frutos es un gran lector, algo de lo que nos da pistas desde la portada del libro extraído de una cita del Ulises de Joyce – ese libro experimental que muchos dicen haber empezado a leer y que pocos en realidad lograron acabar -, que demuestra en este libro – el quinto que ha publicado -, su soltura con el género del cuento. Todos ellos transcurren con naturalidad, condensando en sus páginas la esencia de la cotidianidad, de lo aparentemente banal que va configurando nuestra vida. No hay en estos relatos ninguna intención vanguardista o experimental, recursos que el autor deja para otros autores. Sus cuentos se sustentan en un realismo cotidiano, protagonizados por personajes con los que podríamos compartir nuestro día a día, pero que como sucede con nuestros convecinos, tienen una doble vida. En sus páginas comprendemos que el primer amor siempre es una vieja cinta de casete – ahora una lista de Spotify -, que cuando un escritor no tiene nada que decir, lo mejor es callar. Que el ser humano siempre tiene una vida oculta que no conocen ni aquellos que más cerca tenemos, y que a menudo es mejor no descubrir. Que necesitamos al otro para poder ser nosotros, aunque no podamos estar juntos. Que los recuerdos pueden pesar como losas y que nacimos para formular más preguntas que respuestas nos darán nunca. En estos relatos hay mucho humor, miedos cotidianos de esos que nos asaltan al salir de casa, mucha verdad que no queremos reconocer y nostalgia por aquellos años que ahora nos parecen más dulces, pero también hay mucha música, banda sonora de unos relatos que nos interpelan, nos miran a la cara, buscando nuestros ojos y nos clavan su mirada, hiriéndonos en lo más profundo mientras nos susurran al oído: “Soy tú”.