La nostalgia de la Mujer Anfibio de Cristina Sánchez-Andrade.
por Vanessa Díez Tarí
La sangre hierve. Aunque la memoria deje paso al tiempo para olvidar. Es la sangre la que te advierte del agravio. El eco de los gritos del pasado no es atendido. Aunque es la sangre la que insiste en traer la rabia a tu cara y a tu cuerpo sin saber qué pasó. Los secretos son nudos que atenazan las entrañas. Los silencios emponzoñan vidas. Sellar los labios para proteger a los que vendrán. Saldar la deuda con sangre. Ellos no sabrán todo lo hecho para llegar hasta aquí.
En «La nostalgia de la Mujer Anfibio» Cristina Sánchez-Andrade nos regala un personaje femenino salvaje y a su estirpe de mujeres inadaptadas y complejas. Ser mujer en un pequeño pueblo de costa nunca ha sido sencillo. Salirse del camino trazado era ser señalada. Ni entregar su cuerpo antes del matrimonio, ni ser madre soltera, ni preferir carne de hembra. Nada que pudiera llevar al placer del cuerpo. Todo era pecado. Castrar a las mujeres para convertirlas en sumisas esposas y madres. Aquella que aventurase su destino por tales caminos sería tratada de loca y descarriada. Señalada y llevada entre las voces del lavadero del pueblo.
Lucha no quiere casarse. Han elegido por ella. No ama a ese hombre. El naufragio trae ante ella un hombre que remueve sus entrañas. Siente con él lo que jamás volverá a sentir. Y aquel inglés dejará sus ojos claros en las mujeres de aquella familia. Lucha se casa. La memoria se pierde. Aquella noche se cobran deudas y se pierden tesoros. Los héroes no lo son tanto, pero se oculta lo horrible entre la oscuridad. El pueblo silencia su miseria.
La hija de Lucha no es como las demás. Ni la ría, ni el pueblo son para ella. No quiere llevar una vida falsa que no la haga sentir que está viva. Mantener la apariencia te lleva al límite de la locura. Todo el pueblo la señala y la juzga. No quiere un marido. No quiere ser madre. No quiere lo que se supone tiene que desear. Quiere volar. Y para vivir escapa pero ya es tarde. Su tormento ya ha emponzoñado su alma. Regresa enferma y con una niña que deja a su madre.
Lucha se queda sin hija pero encuentra otro cuerpo que calentar. El pueblo ni llora a la endemoniada. La enfermedad incomprendida es estigma. El dolor es silenciado. La memoria olvida las profundas heridas. Otra boca que alimentar. No sabe Lucha cómo acercarse a una niña sin madre. No sabe como compartir el dolor. No sabe cómo llegar a ella. Lucha sólo sabe faenar y traginar con el pescado. Esclava del mar y de la tierra. Lucha sólo sabe bregar para llevar pan a casa. Lucha no sabe de abrazos. Lucha no sabe de llanto. Así que Lucha lleva con ella a la niña de casa en casa y las mujeres les compran el pescado cada día mirando a esa gacela.
Cristina Sánchez-Andrade nos describe un pequeño pueblo de la ría de Arousa frente a la isla de Sálvora, pero cualquier pueblo costero se refleja aquí. Los usos, costumbres y formas de vivir. Mantener lo que siempre ha sido así a cualquier precio. Someter a las mujeres que quisieran vivir de otra manera. Y si no se conseguía no importaba llegar a enloquecerlas o que murieran de forma trágica. Quizá así otras no se saldrían de la senda trazada. Casa, marido, hijos, silencio. Y te dirán que fue necesario. Fue el mal necesario para que no se adentrase el veneno del libertinaje en sus mujeres e hijas. La castración se cobra un alto precio en sangre.
Y el delirante personaje del hippie Ziggy será el que remueva los aires estancados del pueblo. Sus discos traerán la memoria que se esforzaron en ahuyentar. Sus intentos por conseguir pistas sobre aquella fatídica noche darán lugar a que los habitantes del pueblo recuerden y tengan la fuerza para hacer lo que sea necesario para recuperar su lugar.
