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Luz de febrero de Elizabeth Strout. 

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por Lara Vesga

Veo nevar por primera vez esta temporada cuando empiezo Luz de febrero. Me asomo por la ventana mientras los copos caen cada vez con más intensidad. Y del mismo modo vuelvo a la lectura de este libro de relatos, asomándome como la vieja del visillo entre sus páginas para espiar las historias de los vecinos de Crosby, Maine, tan perfectamente urdidas e interconectadas.

Once años después de Olive Kitteridge, Elizabeth Strout (Portland, Maine, EEUU) nos regala su secuela con la misma cascarrabias protagonista y todo su vecindario, e idéntica capacidad de escanear la condición humana y sus recovecos más profundos. La exprofesora ya está jubilada y viuda, y aunque nadie parece soportarla, ni siquiera su propio y único hijo, todo el mundo se sorprende al ver los avances en su relación con Jack Kennison, otro viudo insufrible que en realidad puede que sea la horma del zapato de Olive.

Pero no solo ellos serán la comidilla del lugar. También está la extraña familia MacPherson y su peculiar modelo de convivencia, el extraño incendio en casa de los Larkin o la deriva de la relación de la limpiadora Kayley con el matrimonio Ringrose.

Con una prosa sutil y abundancia de diálogos, Luz de febrero destila verdad y tristeza y es implacable en lo que se refiere al relato del paso del tiempo y de la inevitable decrepitud que conlleva. Narra sin escrúpulos la vejez como esa
estación a la que todos nos dirigimos sin remedio, aderezada por todos los temas que orbitan sobre ella: la soledad, la enfermedad, las residencias de ancianos, el papel de la familia y los amigos en los últimos años de vida de una persona, la muerte…

Ante esa intensidad y dureza es de agradecer la forma de ser y pensar de Olive, tan pragmática y cínica, tan extremadamente honesta, tanto que a veces o casi siempre llega a ser ofensiva y ruda. Sus frases mordaces, su humor negro, su falta de filtros a la hora de ser ella misma, con sus luces y sus sombras. Aunque es fría y dura como una piedra, tiene a la vez una curiosa habilidad para empatizar casi con cualquier persona. Con lo bueno y con lo malo, Olive Kitteridge es un
personaje redondo de los que consiguen dejar huella.

Luz de febrero, de Elizabeth Strout
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