UA101349465-1

MEJILLONES PARA CENAR DE BIRGIT VANDERBEKE

k

por Rubén Olivares

Mejillones para cenar-Birgit Vanderbeke

En 1990 irrumpía en la escena literaria alemana un libro impactante, Mejillones para cenar, que vino a sacudir las letras alemanas, al alzarse con el premio Ingeborg Bachmann. Esta novela corta permitió a su autora, Birgit Vanderbeke consagrarse como referente de la literatura germana. La obra condensaba en unas cientos de páginas el particular estilo literario de Vanderbeke: aguda y mordaz ironía junto a aparentes e inofensivas reflexiones que acaban tornándose en bombas de racimo, estallando a lo largo de la narración y sacudiendo al lector con inesperadas reflexiones que trastocan la narrativa, sembrando confusión y desconcierto ante lo que leemos a través de las voces de sus protagonistas, condenados a contener sus deseos y voluntades, subyugados a una voluntad superior ausente que les hace vivir bajo un invisible yugo y que acaban derivando en estallidos de rebelión familiar que trastocan el aparente orden y la revelación de que, hasta en las familias más armoniosas, existen conflictos latentes que están esperando a estallar.

Vanderbeke se erige como una experta zapadora que, a través de sus novelas en las que dota de especial protagonismo a la voz infantil y de su aparente mirada inocente, derriba los mitos sobre la estructura familiar pequeñoburguesa y deja al descubierto las miserias que habitan en ella. A esto hay que sumar el telón de fondo que la vida política y civil de la posguerra alemana (en plena guerra fría) añade al particular derrumbe de la vida familiar. La atmósfera de la novela se va llenando de una niebla repleta de temores fantasmagóricos y amenazas reales que se acentúan por el carácter de marginados sociales que vive la familia, exiliada de la Alemania del Este hacia la Alemania del Oeste. Ciudadanos de segunda categoría, alemanes que son considerados inmigrantes dentro de un país dividido, que huyen en busca de unas mejores condiciones de vida. Una novela que recoge el sentimiento de generaciones en las que aún colea el recuerdo de un país dividido por los designios de dos grandes superpotencias que velaban por sus intereses y el del recuerdo más lejano de la pesadilla nacionalsocialista que les marcó como pueblo alemán.

La acción de Mejillones para cenar se desarrolla en una anodina tarde en la que la madre y sus dos hijos esperan la llegada del padre tras una jornada de trabajo en la que espera haber cerrado un importante acuerdo comercial que le permita promocionar en su empresa. Para celebrar este acontecimiento, la esposa se prepara para cocinar mejillones como plato principal de la cena, la comida favorita de él, plato que sin embargo genera cierto rechazo al resto de miembros. Pero conforme pasa el tiempo, el padre se retrasa y la tensión latente que dormitaba en la familia empieza a emerger. Al principio es la lógica preocupación ante la ausencia de un padre puntual, lo que despierta el temor a alguna desgracia; esto dará lugar a la indignación ante el inexplicable retraso del padre, pues los repudiados mejillones que con tanta laboriosidad se han preparado podrían estropearse, para dar paso, finalmente, a un sentimiento cercano a la paranoia en la que los amotinados hijos y esposa que han estado criticando la figura paterna temen que todo sea parte de una de las peculiares pruebas a las que éste les somete para formar la familia perfecta que él imagina y desea. Y esto es lo mejor de la novela, la tensión que crece paulatinamente y que no hemos visto llegar, la crítica ácida y mordaz que derrumba la imagen idílica de la familia ante la tiranía del padre, la liberación que experimentan cada uno de sus miembros cuando revelan qué es lo que realmente desean y han tenido que relegar para cumplir los deseos del padre, sentimientos que acaban apoderándose del lector.

A través de la mirada inocente e infantil de los niños, agudizada por la exposición de las aparentemente triviales y repetidas rutinas diarias a las que se ven sometidos, Vanderbeke nos lanza su corrosivo discurso mediante el cual nos describe un escenario de soterrado conflicto familiar salpicado de escenas limítrofes al esperpento y el realismo sarcástico y desencantado. Al poner en boca de los niños la crítica de la situación por la que atraviesa la familia se desata un torrente de ambigüedades que arrastra, liberadas de las constricciones de la mirada adulta, una feroz crítica a la rutina de supervivencia de cumplimiento del deber cotidiano y de sumisión al que el padre les somete. El protagonista omnipresente pero nunca nombrado de la novela es el autoritarismo patriarcal, intransigente y atemorizador que condiciona la vida doméstica de la familia. Los integrantes de la misma han aprendido a ocultar su verdadera personalidad para actuar bajo las máscaras del papel ideal que el padre tiene en mente. La madre, abnegada ama de casa, colabora indirectamente en el mantenimiento de esta estructura de control hacia la familia, siendo los hijos los únicos que mantienen una lucha soterrada contra el padre que no ve cumplida las expectativas que depositó en ellos. La novela se erige, pues, en una feroz crítica al modelo de familia pequeñoburguesa patriarcal que perpetúa los roles de género, pero también en una alegoría de los sistemas totalitarios que someten a los civiles, sin voz ni voto, a los designios (los niños) de una clase dirigente (los adultos) que ha establecido las normas y prohibiciones necesarias para perpetuarse en el poder.

Share This