Diarios del bosque. Una vida entre árboles de Roger Deakin.
por Rubén J. Olivares
El subtítulo de Diarios del bosque. Una vida entre los árboles (en el original, Wilwood. A journey through trees) nos da pistas de la vida que Deakin tuvo y la pasión que sentía por la naturaleza en general, pero especialmente por los bosques y los árboles. Deakin veían en los bosques y esos majestuosos seres vivos que son los árboles, un lugar de refugio, el hogar al que regresamos, un espacio de descanso. “I am a woodlander, I have sap in my veins” (soy un arbicultor, tengo savia en mis venas), escribía Deakin para definirse.
Diarios del bosque bien podría ser la secuela de Diarios del agua, libro en el que nos narraba su viaje acuático a través de los lagos, estanques y ríos de Gran Bretaña y evocaba la magia que había en cada uno de ellos. Este libro es una continuación de su viaje a través de la naturaleza, una inmersión en el “quinto elemento”, el mundo de la madera, en el que Deakin volcó su amor por los árboles y los bosques, un manifiesto en defensa de la importancia de estos seres vivos a los que a menudo no otorgamos la importancia que merecen.
Si hojeamos la biografía de Deakin, pronto descubriremos que parecía predestinado a escribir este libro y experimentar la inmersión en la naturaleza que narra en el mismo. Su madre se apellidaba Wood (madera): tenía dos tías llamadas Violet (violeta) e Ivy (hiedra), su padre dirigió una empresa maderera; el joven Deakin estudió en New Forest (Nuevo Bosque), y allí, inspirado por su profesor de biología, se inició en el amor por la naturaleza y los bosques a través de la elaboración de un catálogo de las especies arbóreas que rodeaban el pueblo a lo largo de innumerables excursiones por la zona. Deakin supo traducir este amor por la naturaleza en una vida dedicada a la observación y la clasificación botánica. Su capacidad de análisis se tradujo en un lenguaje preciso y poético, no exento de una fluida elocuencia plasmada en su prosa.
Olvídense de leer en este libro un sesudo tratado sobre botánica, horticultura o ecología vegetal, pues este libro anuncia desde el título hasta su contraportada lo que podemos esperar de él: el diario de un naturalista apasionado por los bosques que transmite en cada uno de los capítulos el amor que siente por los árboles y la importancia que estos seres vivos tienen en nuestra vida, haciéndonos reflexionar sobre su papel como combustible para calentar el fuego de nuestros hogares y cocinar nuestros alimentos, como material para el suelo con el que recubrimos nuestras casa o las vigas que soportan nuestros tejados o como un bien con el que comerciar. Y para lograr huir del tópico de tratado sobre la naturaleza, Deakin nos invita a acompañarle a lo largo de sus viajes de exploración y aventuras por todo el mundo, desde su Gran Bretaña natal donde nació su amor por los bosques y donde fundó su particular refugio en Suffolk, hasta sus viajes por el corazón de Asia en busca del origen de las manzanas (y créanme que es mucho más poético, excitante y divertido de lo que puede parecer), pasando por las selvas tropicales de Sudamérica o los áridos paisajes de Australia, para finalizar de nuevo en su hogar. Deakin nos muestra sus pasiones y raíces antes de iniciar su particular epopeya que lo lleva alrededor de todo el mundo, encontrando en cada uno de sus viajes una referencia natural que lo vincula con los bosques y los árboles. Leer este libro es descubrir la capacidad de su autor de contemplar y trasladar con una preciosa prosa repleta de lírica, las sensaciones que se despiertan en él cuando está en contacto con la naturaleza, trasladándonos a un mundo en el que podemos escuchar el canto del viento al pasar entre las hojas, el sonido de los animales que habitan en los bosques, el olor de los frutos maduros… A través de un viaje épico que arranca en Gran Bretaña y lo lleva a recorrer los bosques del mundo, descubriendo en cada una de sus paradas la belleza que se oculta en estos, así como la relación de amor y dependencia que cada pueblo ha construido con los árboles, mostrándonos la importancia que juegan en la vida de miles de personas.
Deakin construyen a través de Diarios del bosque un libro que no se deja clasificar, pues bien podría ser un libro sobre viajes y exploraciones personales de un amante de la botánica y la naturaleza, aunque pronto da paso a descripciones sobre el folklore, la cultura y tradiciones de los pueblos y gentes con las que comparten su amor por los árboles, más en la línea de un tratado antropológico, para acabar dando paso a un libro de aventuras en el que nos adentramos en la búsqueda del origen de las manzanas y que lo lleva hasta el mismísimo corazón de Asia Central, en Kazajistán, donde se adentrará en los valles montañosos repletos de bosques de Tian Shan, cerca de la ciudad de Turkestán. Toda una epopeya que sólo alguien enamorado de la naturaleza sería capaz de llevar a cabo. Deakin nos ofrece una novela en forma de fábula en la que la botánica es un trampantojo para introducir al lector en el aprendizaje de la capacidad de observar, de alimentar la curiosidad y convertirnos en avezados observadores de la naturaleza. En un mundo en el que lo natural va perdiendo terreno, Deakin nos invita a deambular bajo las hojas de los árboles, dejarnos mecer por el viento, fijar la mirada en los pequeños detalles (no olvidemos que lo pequeño es bello) y agudizar nuestros oídos para escuchar a la naturaleza y sus voces.
Un libro con el que iniciar el verano, a través del cual refugiarnos del calor bajo un árbol mientras disfrutamos de su lectura y el aroma a savia, ámbar y trementina nos inunda, invitándonos a tomarnos un descanso, relajarnos y disfrutar de la brisa veraniega, abandonando las tensiones del día a día.