El junco rebelde de Nina Berbérova
por Ana Olivares
Inalterable como un junco.
Esta semana os presentamos otro de los pequeños placeres a los que nos tiene acostumbrados esta editorial. «El junco rebelde» nos habla de una pareja de enamorados que se separa a la fuerza cuando estalla la Segunda Guerra Mundial.
Olga, su protagonista, nos habla en primera persona de lo que supuso la despedida de Einar en París, de sus promesas, de sus miedos y de sus emociones. De la incertidumbre de ese gran amor del que ahora ya sólo quedan recuerdos, de la tensión de un futuro que se escapa entre sus manos y de cómo la realidad cambia en tan sólo unos minutos truncando sus esperanzas en un adiós que ninguno de los dos sabe si será el definitivo. Einar tiene que volver a Suecia debido a la guerra, mientras que ella se queda en Francia al cuidado de su viejo tío.
Podría tratarse de un relato verídico, pese a que se trata de ficción. Uno de los puntos clave de la novela es la forma en la que nos atrapa en ese torbellino de sentimientos que nos ponen en situación y nos recuerdan la importancia de las cosas esenciales. Olga se convierte así en testigo inmortal de los horrores de la guerra, sin entrar en demasiados detalles, ya que lo que prima aquí es su discurso en primera persona.
La prosa de su autora es embaucadora, delicada pero firme, junto con descripciones visualmente tristes que convergen en el color verde en todas sus gamas, transformando la ciudad del amor en una cárcel de sombras del pasado que asoman entre los días cada vez más austeros y anodinos de Olga. Como exiliada rusa se queda en la Francia ocupada al cuidado de su viejo tío; un famoso científico y estudioso ruso que vivirá sus últimos días en la penumbra. Primero la ocupación alemana le priva de sus libros, de su obra científica y finalmente los franceses lo reclutan por si les sirve de arma contra los alemanes, pasando las últimas semanas de vida privado de los cuidados y de la compañía de su fiel sobrina, a la que lega todos sus bienes. Al acabar la guerra, Olga ya no tiene nada que la retenga en Francia, y decide viajar a Europa a casa de unos amigos hasta organizar su nuevo asentamiento. Pero el destino se encargará de reunirla por sorpresa con Einar. Aquí es cuando descubre que todo fue un espejismo, que él no la ha esperado y que es el único que continuó con su vida ignorando todo lo vivido en París. Ambas realidades que ya no son una misma, se confrontarán y se enfrentarán de nuevo a lo inevitable. Han pasado siete largos años.
Y sin perder ni un ápice de sus propias convicciones, nuestra protagonista asume el presente al igual que tuvo que asumir todo lo acontecido en su exilio. Como un junco, no se quiebra, ni se rompe, permanece inalterable gracias a sus fuertes convicciones como individuo.
Una novela bonita y amarga, como la última copa de una botella de vino; con ese verde de fondo que nos atrapa en cada una de las postales que se nos muestran de París. Su autora nos regala un relato intimista e intenso acerca de la importancia de abrazarnos como individuos y de seguir nuestras propias certezas morales por encima de la adversidad. Asique sí se trata de un relato de amor, pero de amor propio. Aparte de una clase magistral de literatura con todo el encanto que eso conlleva. Y siempre, en pequeñas dosis, para saborearla de principio a fin.