La península de las 24 estaciones de Mayumi Inaba
por Rubén J. Olivares
“La península de las 24 estaciones” es la última novela que Mayumi Inaba escribió antes de su muerte en el 2014, legándonos una de sus obras más hermosas, ganadora del Premio Tanizaki Jun’ichiro de Literatura y el Premio Shinran. A medio camino entre la ficción y la autobiografía, este libro nos atrapa a través de las descripciones pausadas y meditativas de la naturaleza con la que convive su protagonista, mimetizándose con los sutiles cambios que ésta va generando en el entorno a medida que las estaciones van avanzando. Por su páginas desfilan imágenes de tortugas, cangrejos, escarabajos, hormigas, abejas, mosquitos, pájaros y preciosas camelias, así como las diferentes tonalidades que el Sol va dibujando en el horizonte a medida que anoche o amanece, el sonido de los árboles acariciados por el viento o la contemplación de las rocas que quedan bajo los pies de la protagonista a lo largo de sus caminatas.
Hay algo onírico y mágico en la prosa de Inaba que convierte las descripciones aparentemente más banales, como es el paisaje que la naturaleza nos ofrece a diario, en un bello paisaje, casi un cuadro impresionista elaborado a partir de palabras que convierte cada párrafo en un absoluto placer literario en el que es fácil dejarse atrapar. “La península de las 24 estaciones” nos sumerge en una narración con un claro trasfondo autobiográfico, en el que se nos presenta la historia de una joven editora, el alter ego de Mayumi Inaba, que ha decidido huir de la ajetreada vida de Tokio para trasladarse durante un año a una cabaña situada en una de las penínsulas de la isla de Japón, rodeada de blancos acantilados sobre el que mueren las olas del mar y que sirven de banda sonora a su retiro. En este privilegiado entorno natural en el que el tiempo transcurre dilatándose a lo largo del día, la protagonista busca reponerse de la pérdida de su mejor amiga.
Inaba nos ofrece un relato personalísimo sobre el tiempo pasado en una pequeña casa en una comunidad rural costera del mar de Japón. A lo largo de sus páginas nos deleitamos con las bellas y minuciosas descripciones de los sencillos objetos con los que comparte el espacio de su diminuta cabaña, las vistas, los olores del bosque y los sonidos que anuncian la vida del mismo, el placer de construir con las propias manos objetos cotidianos, el trabajo de limpieza del jardín y las charcas que rodean su casa, el bienestar que aporta la satisfacción de ver como las flores y hortalizas que cuida con esmero crecen vigorosas, los encuentros relajados y ocasionales con sus vecinos – ancianos y jubilados que ven en la protagonista una pionera que rejuvenezca la zona – o las visitas esporádicas de los amigos que quedaron en Tokio.
Refugiada en su pequeña cabaña, abrigada por la naturaleza que la ha acogido en su seno y la pequeña comunidad que la arropa, la protagonista de este libro reflexiona sobre su estresante y ajetreada vida en Tokio, sobre aquella amistad que finalizó abruptamente tras un trágico suicido o sobre la fugaz relación que mantuvo con un amante, quien vuelve a visitarle a través de una escueta carta de la familia de éste en la que se le comunica el pronto sepelio del mismo. El mero acto de documentar como una obsesiva naturalista o cronista todo lo que ve y oye a su alrededor, el registro en su diario de los pensamientos y reacciones que su experiencia le genera, constituyen un ejercicio de autoafirmación de la protagonista y una disolución de ésta en los ritmos de la naturaleza y el tiempo que ésta marca. Tras finalizar su lectura, algunos lectores reconocerán referencias del “Walden” de Henry David Thoreau y los amantes de la literatura japonesa recordarán las obras del monje medieval Kamo no Chomei, pero todos disfrutaremos de una prosa embriagadora, que nos ofrece una lectura pausada y tranquila a través de la cual disfrutar del paso del tiempo y la naturaleza. Un libro que nos invita a detenernos y observar nuestro entorno, a tomar consciencia del mundo que nos rodea, a conectar con la naturaleza y a volver a vivir bajo el ritmo que nos marca.