Adiós, pequeño de Máximo Huerta
por Gemma Juan Giner
Empecé a leer a Máximo Huerta tarde. Le conocí con la novela “Con el amor bastaba” y la historia me tocó muy profundamente, pero “Adiós, pequeño” es un desahogo y una muestra de amor por su madre al decidir dejarlo todo para dedicarse en cuerpo y alma a ella. Una historia que también consigue emocionar al lector a través de esa pluma tan emotiva, sincera y poética que tanto le caracteriza.
En esta obra, el autor nos narra una parte de su inconclusa vida, que desea entender a través de los recuerdos y las pocas palabras de su madre, recordando un pasado que no deseó, pero que le tocó vivir y al cual arrastró a su hijo, Máximo.
¨Mi madre hubiera sido más feliz si yo no hubiera nacido”
El sufrimiento del autor por la enfermedad y decadencia de su madre lo perturban y él es consciente del apego que se tienen y de lo duro de la pérdida, y su manera de desahogarse de tan triste situación es esta novela. Una novela que su madre nunca leerá.
¨Mamá fue siempre mi prisionera y yo su preso¨
Leer a Máximo Huerta siempre me remueve por dentro, es un ejercicio de introspección. Recuerdo la casa de mi infancia, allí guardo los mejores momentos, pero también los peores.
Recuerdo los desayunos con mi madre y mi hermano frente a la radio, los primeros capuccinos que me preparaba mi padre en las sobremesas de los fines de semana, cuando todavía era una adolescente o todas las vivencias en mi habitación, tecleando en mi máquina de escribir, jugando a las muñecas o sumergida en un libro. Pero también había discusiones, muchas discusiones y soledad. En el pasado está todo cuanto necesitamos, pero citando al autor, “como en aquellas conservas de la abuela que llenaban los estantes, mejor no destaparlas. Caducadas o no, podrían oxidar este aire que respiro y en el que habito”.
Volver no es fácil, y aunque quizás lo tuve que hacer en su momento, no me atreví. No pude despedirme de ella, de mi casa, mi hogar. No pude despedirme de mis cosas, ni de mi infancia. Dice Máximo Huerta que “las casas son la fotografía de lo que un día fuimos”. Y yo, al igual que él, escapé de esa casa hace mucho, pero la casa no ha salido de mí.
La vida está marcada por todo aquello que un día aparece para decirnos qué somos. Pero yo, sigo sin encontrarme y sin saber quién soy.
Zelda Fitzgerald decía: “Para cuando una persona ha cumplido los años adecuados para elegir un rumbo, la suerte está echada y hace mucho que pasó el momento que determinó su futuro”. ¡Qué gran verdad!
Las cosas que nos rodean están por descubrir. Vamos por la vida con demasiada prisa y aquellos paisajes que cuando éramos niños cruzábamos deprisa gastando suela y aliento, sin fijarnos en nada, deberíamos pararnos ahora, para descubrirlos y pensarlos.
Esta novela es para Máximo Huerta el texto de un hijo superviviente. Unos, como él, escriben sus pensamientos y sus recuerdos. Yo, mientras leo esta novela, estoy en casa, de baja, con cientos de millones de cosas pasándome por la cabeza, y lo único que tengo claro es que debo ir a terapia. La importancia de soltar.
¿Qué nos puede afectar más?, ¿nuestro pasado o nuestro presente?, ¿cómo saber si estamos haciendo las cosas bien? Una de las reflexiones del autor en esta novela es: ¿quién se ocupará de los que nos tenemos hijos? En mi caso, ni tengo hijos ni tampoco he escrito un libro, entonces, ¿qué legado dejaré?
Máximo Huerta siempre me deja reflexiones a corto y largo plazo. Esta novela me la firmó en la Feria del Libro de Madrid del año pasado. En la dedicatoria pone: “Gemma, que este libro sea hogar”. Con cada una de sus novelas, siento que Máximo Huerta es mi hogar. Sus historias, sus personajes (reales o no), sus vivencias, sus recuerdos. Por favor, lean a este autor. “París despertaba tarde” es su última novela publicada. Ya la tengo aquí conmigo, esperando a que se convierta, también, en hogar.
A todos aquellos que os gusten los libros intimistas, personales y llenos de ternura, Máximo Huerta es vuestro autor de cabecera. ¿Habéis leído algo de él?