Buenas noches, Irene de Luis Alberto Urrea
por Elena Cruzado
Uno de los aspectos que más me gustan de la lectura es la posibilidad de descubrir historias que, de no haber quedado plasmadas en algún lugar, habrían caído en el olvido. Es el caso de los Clubmobiles de la Cruz Roja Americana durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Habíais oído hablar de este servicio antes? Yo, tampoco. Por eso, sumergirme en esta historia, inspirada en la experiencia de la madre del autor, me ha resultado tan interesante.
Irene y Dot son dos mujeres muy diferentes con un propósito común: huir. La primera, de un marido con la mano suelta y la segunda de la soledad impuesta tras la pérdida de su familia. Una, de clase social acomodada; otra, de procedencia humilde. Pero las dos con las suficientes agallas como para alistarse en la Cruz Roja y poner rumbo a Europa durante la guerra. Allí, ambas recorren el viejo continente en uno de los Clubmobiles destinados a ofrecer café, donuts y camaradería a los soldados americanos aliados.
El cuerpo de Clubmobiles no estaba integrado por enfermeras, pues su labor nada tenía que ver con la medicina. Era un servicio orientado a cuidar —o al menos intentarlo— la salud mental de los soldados. La labor de las mujeres que lo integraban requería una sonrisa constante, disposición de escucha y capacidad de recrear un ambiente de desconexión en mitad de la tragedia. Ellas debían convertirse en hogar durante los ratos de servicio. También se las conocía como «las chicas de los Donuts».
De la mano de Irene y Dot asistiremos a varios momentos históricos, como la liberación de Buchenwald, desde una perspectiva hasta ahora poco conocida. Pero esta no es una novela bélica, al menos no una al uso. Porque el protagonismo en Buenas noches, Irene no está en el conflicto, sino en las relaciones humanas, en la superación y en las implicaciones que toda guerra provoca en las personas que la viven de cerca. La salud mental flota como un espectro a lo largo de toda la novela, en la que el autor retrata a la perfección los estragos de la guerra, no solo durante la contienda en sí, sino también después.
La relación entre las dos protagonistas es el pilar sobre el que se sostiene toda la historia. El arco de ambos personajes está muy trabajado y vemos cómo ambas crecen tanto a nivel individual, en caminos distintos, como a nivel relacional. Y es que la una no puede existir sin la otra. Irene y Dot forman un tándem perfecto en el que asistimos a todas las fases propias de una relación de amistad verdadera, incluyendo algún que otro bache de enfriamiento y posterior reconciliación.
“Buenas noches, Irene” es un libro muy interesante por el tema que trata, y que en mi caso ha conseguido despertar la chispa de la curiosidad. Al terminar de leerlo, me he visto sin quererlo envuelta en una búsqueda de más información sobre los Clubmobiles porque necesito saber más. En este sentido, la nota final del autor me ha resultado tan interesante como la historia en sí. En ella explica el arduo proceso de investigación que hay detrás de la novela, ya que apenas existen registros sobre la labor de estas mujeres, que jugaron un papel muy importante durante la guerra prestando un tipo de apoyo —anímico y emocional— que, aunque hoy está muy en boga, en aquellos momentos estaba incluso denostado.
Un libro muy recomendable, sobre una historia que ha quedado silenciada porque en aquel momento, a ojos del mundo (excepto de los propios soldados que pisaron el campo de batalla) la labor de estas mujeres que lo dejaron todo para ir a la guerra a ofrecer café, donuts y consuelo no era lo suficientemente importante como para pasar a la posteridad. Pero yo creo que sí.