Memorias de la rosa de Consuelo de Saint – Exupéry
por Elena Cruzado
Decía Flaubert que hay que esperar cuando se está desesperado, y andar cuando se espera. No se me ocurre mejor frase para arrancar el análisis de este libro de memorias escrito por una mujer que se pasó la vida esperando, y que fue silenciado durante años en pos del idealismo en torno a una de las obras más admiradas de la literatura universal.
Antoine de Saint-Exupéry pasó a la historia por su trabajo como aviador y como escritor, mientras que Consuelo de Saint-Exupéry, escritora, pintora y escultora salvadoreña, lo hizo por ser su mujer.
Permitidme que haga un inciso antes de continuar para advertir que la lectura de este libro cambiará irremediablemente vuestra visión de El Principito. El libro más traducido del mundo después de la Biblia. Una historia de amor y amistad, de vida y muerte, de belleza y tristeza. Un manual para aquellos adultos que se olvidaron de cómo ser niños. El retrato de un principito que se enamoró de una rosa. Una rosa llamada Consuelo.
Y ahora sí, empecemos a andar.
Consuelo de Saint-Exupéry comenzó a escribir sus memorias dos años después de la desaparición de su Tonio, como solía llamar cariñosamente a su marido. Sin embargo, nunca se publicaron. Hasta que en el año 2000, coincidiendo con el descubrimiento de los restos del avión del último vuelo de Saint-Exupéry, el heredero universal de Consuelo decidió sacarlas del cajón.
En España, han visto la luz gracias a la Editorial Espinas, un sello feminista que aboga por los libros de escritoras olvidadas por su condición de mujer. Pamela Palenciano, autora del monólogo No solo duelen los golpes, abre el telón con un prólogo tan necesario como las propias memorias, en el que define la eterna espera en la que viven sumidas muchas mujeres como una forma de violencia. En palabras de Consuelo, «solo la muerte podía librarme de la ansiedad de la espera».
La historia de Consuelo es la historia de esa rosa que el autor de El Principito define como débil, ingenua, orgullosa y con espinas. Una mujer que vivió a la sombra de su marido, a quien ella misma retrata como un hombre ambicioso, ávido de aventuras, mujeriego. Su tormentosa relación, repleta de idas y venidas, infidelidades por ambas partes, promesas incumplidas, egoísmo y amor en su versión más desaforada, fue una fuente de inspiración para el escritor. Hasta tal punto, que Consuelo considera las obras de su marido como creaciones conjuntas.
Es este el relato de una mujer que dejó de lado su vertiente artística para centrarse en la de su marido, como musa, y apostando por una relación que hoy se consideraría tóxica. «Ser la mujer de un piloto es un oficio, ser la mujer de un escritor es un sacerdocio», dice Consuelo de Saint – Exupéry.
Condenada a una espera eterna, como la que menciona Pamela Palenciano en el prólogo, Consuelo vio partir a Antoine por última vez en 1944, cuando el aviador emprendió una misión sin retorno en la II Guerra Mundial. En su última conversación, el escritor le lanzó una promesa, otra de tantas que nunca llegaría a cumplir: «Dame tu pañuelo para escribir en él la segunda parte de El Principito. Al final de la historia, El Principito dará este pañuelo a la Princesa. Ya nunca serás una rosa con espinas, sino la princesa de ensueño que siempre espera al Principito. Y te dedicaré el libro. No puedo consolarme por no habértelo dedicado».
Consuelo nunca tuvo su dedicatoria. Pero la rosa ya ha florecido.