Ningún ocaso demasiado intenso de José Luis Díaz Caballero
por Elena Cruzado
¿Hasta dónde tenemos que llegar para encontrarnos a nosotros mismos? La vida es un viaje, como lo es este libro. Una vía de escape como respuesta a un malestar interno, tal y como en su día definió Unamuno al acto de viajar. Una odisea que llevará al autor hasta Noruega en busca de inspiración para terminar una novela, pero también de liberación para dejar atrás los fantasmas de una separación que le llevó a una profunda crisis existencial.
En este relato de autoficción José Luis Díaz Caballero aborda el duelo sentimental de forma directa y reflexiva, dando lugar a un exhaustivo ejercicio de autoconocimiento a través de la palabra. En un texto plagado de referencias literarias, el autor nos lleva hasta Noruega, impulsado en parte por la admiración hacia la obra de un conocido escritor nórdico, pero sobre todo por la necesidad de encontrarse a sí mismo y a su yo novelista.
Ningún ocaso demasiado intenso es una historia de introspección, de respeto hacia el duelo, en el que la capacidad de decisión y la aceptación individual son los ejes principales de un viaje al que todo el mundo busca una justificación —huir del desencuentro amoroso o entrevistar a un conocido escritor noruego— excepto el propio viajero.
La soledad, tan necesaria a veces, se convierte en abrigo del protagonista y le permite ahondar en el análisis de sus decisiones, muchas veces promovidas por una presión social inherente al mundo que nos rodea, y de sus aspiraciones, que en ocasiones se pierden entre la fina línea que separa el deber y el querer.
José Luis Díaz Caballero busca el ocaso en Noruega, pero lo que encuentra es una aurora boreal que se alza como una revelación, un punto de inflexión en su andadura como escritor.
A pesar de su corta extensión, Ningún ocaso demasiado intenso es un libro de masticar lento, debido en parte a la profundidad de las reflexiones que contiene. Particularmente, he disfrutado en gran medida de las referencias a grandes figuras de la literatura que han servido de inspiración al autor, quizá porque muchas de ellas también cuentan con mi admiración.
Por último, no querría cerrar esta reseña sin resaltar las conversaciones que el protagonista mantiene con su padre. A través de diálogos cargados de intimidad, preocupación y sobre todo, amor, el autor abre una ventana a una parcela de intimidad en la que padre e hijo dejan entrever una relación de profundo respeto, admiración y, sobre todo, de sostén.
En esta búsqueda de la aventura, de la aceptación del dolor, del perdón y del resurgimiento, el autor no solo comparte con nosotros su proceso de transformación a través del poder terapéutico de la palabra, sino que también aporta luz a un ocaso que, demasiado intenso o no, siempre precede a un nuevo amanecer.