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A veces estoy contenta, pero tengo ganas de llorar de Jens Christian Grondahl 

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por Vanessa Díez Tarí

Aquella mañana estaba jugando fuera junto al árbol que había frente a la casa. Todo sucedió muy rápido. M. se precipitó debajo del camión cisterna. Conducía una pequeña moto de motor, demasiado para sus ocho años. Le acompañaba su hermana pequeña. Grité mamá varias veces. Ella salió y sólo pude decirle su nombre señalando el camión. Ella corrió. El conductor ya había bajado del camión y se echaba asustado las manos a la cabeza. Mamá sacó a M. de allí, el tío los llevó al hospital. De camino entre sus brazos se fue. Siempre piensas que quizá podrías haber hecho más pero siempre fue tarde. El golpe frontal sobre los pulmones fue fuerte, ya los tenía encharcados. Su hermana iba delante y M. la apartó para protegerla. Él recibió el impacto por ella, la salvó. Su madre buscaría culpables pero fue un accidente. Con ocho años vi marchar a mi mejor amigo una mañana de verano.

En “A veces estoy contenta, pero tengo ganas de llorar” Jens Christian Grondahl también empieza la narración con un accidente que lo cambia todo, trunca cuatro vidas, dos muertos y dos vivos. Los que se quedan han de reconstruirse y nunca es fácil. Se parten dos matrimonios que quizá iban a separarse de todas formas, nunca lo sabremos, pero el brutal accidente no dejó espacio para nada más. Dos niños deben aprender a empezar de nuevo sin su madre y su padre intenta crear una cotidianidad ficticia para salir adelante.

Ellinor también se ve en medio de la debacle. Viuda y sola. Sin pretenderlo se va acercando a la familia de su amiga y finalmente toma su lugar. No fue un hecho premeditado, tan sólo fue sucediendo. Cuando queda viuda por segunda vez decide escribir una carta a Anna y cerrar heridas antes de marcharse. Ella se ha ocupado de su tumba todos estos años, Georg dejó de ir al cementerio. Le cuenta los sucesos recientes y pasados, recorre la vida que se ha perdido. Sus hijos ya son hombres adultos y con vidas tan distintas. Lo hizo como mejor supo con aquellos niños destrozados que encontró, pues ella no era madre, lo fue a través de ellos. Nunca se hubiera imaginado con Georg pero los años y la costumbre les dieron tregua a ambos. 

Esta es una bella novela corta de sentimientos. Una despedida. Contarle a alguien que ya se ha ido cómo pasaron los años en su ausencia. Debo una carta a M. aún no me he despedido de él. No queremos que los seres queridos se vayan pero sacar el dolor que llevamos dentro nos deja vivir con algo de paz. No dejo de pensar que si mi abuela hubiera muerto ahora por todo esto en vez de hace unos años mi angustia hubiera  sido mayor. A ella empecé a escribirle una carta al tiempo de irse, todavía está a medias. Todas esas personas mayores que han muerto solas y el llanto de sus seres queridos lejos,  muy lejos. Mi abuela fue una niña de doce años cerca de las bombas que cayeron en Alicante, empezó muy pronto a servir. Nunca habló de aquello. «Si la guerra fue mala peor fue la posguerra». Han muerto los niños de la guerra y la posguerra. Los que callaron su dolor, los que no despidieron a sus muertos, los que vieron cabezas volando y bichos entre las lentejas, los que trabajaron y engañaron el hambre. Lo peor es que muchos estaban ya solos, apartados de todos. 

Los muertos se han ido pero los vivos necesitan encontrar el camino para volver a la vida. Escribir una carta a la persona perdida, soltar el dolor y la pena, ayuda en parte. Digerir toda esta barbarie va a ser complicado pero hay que dar un paso tras otro. 

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